5 febrero 61
Dejo la mesa, se puso de pie, miro el reloj, -eran las cuatro de la madrugada-. Las tripas de su barriga le explotaban, se aparto del grupo. El whisky le había mareado un poco, buscaba la dirección de la puerta. Un brazo le agarro impulsándole con fuerza hacia la calle. Fuera hacia frío. Una luz que se agitaba por el viento permitía ver el final del sendero. Se giro, unos pasos mas adelante, el asco le obligo a bajar su cabeza. Vomito sobre una tierra dura y triste. Ha medida que se acercaba hacia la farola dejaba detraes suyo la timba. Era aquella una oscura chabola de barro y paja regenteada por un gigantón de apellido París. El juego le había atrapado desde la muerte de su padre. El alcohol le consolaba cuando la suerte era esquiva. Atravesó por la izquierda en una línea imaginaria cercana a la farola, hacia el frente el sendero que escondía una noche, cerrada, fosca, peligrosa.
Getulio, (Gue para sus conocidos), apretaba el paso mientras pensaba en su destino. Lejos el sonido de la noche atraía el grito de los lobos, sus botas apretaban el barro. La tarde anterior la lluvia había sido copiosa, los campos se estiraban interminables, abriendo surcos de pereza, de aburrimiento. Gue odiaba esa comarca, de cuatreros, ladrones, pendencieros. Siempre había dicho a sus colegas que ansiaba largarse.
Un chasquido le aparto de sus pensamientos. La noche no le permitía distinguir dos bultos que se habían colocado a su vera. Alguien grueso y desaliñado se le echo encima, le rozo con algo puntiagudo, él, por instinto se giro perdiendo el equilibrio, al intentar levantarse se encontró con una cara que desplazada le golpeo en la cabeza, volvió a trastabillar, pero, sus piernas le temblaban. Solo quería escapar.
Estaba débil. Empezó a correr, la sangre bombeaba por sus venas y amenazaba con explotar. Creía le seguían: ¿ hacia donde ir?. En su alocada carrera, al fondo veía un punto de luz que se ensanchaba. Hacia allí, -pensó-. Su cuerpo rechinaba, el pánico le empujaba. De repente el suelo se desplazo, se sujeto la cabeza mientras rodaba por una pequeña pendiente. Los tumbos aumentaron hasta sentir que el agua le daba de lleno. Estiro sus manos intentando cogerse del musgo, se le zafaba mientras le arrastraba. Hacia un frío horrible, no lograba distinguir los limites, estaba buscando mantenerse a flote, se cogió de algo impreciso pero mullido. Quiso acercarse al objeto que flotaba, por un lado, el intento le llevo a presionar sobre algo fofo, tal vez tierno. ¿ Que era aquello?. Tiro si, era flexible, el golpe de una pata contra su mano le permitió resituarse. ¡ Una vaca ¡, ¡aquello era una vaca y lo que tocaba eran sus ubres!. ¿ Estaba muerta? . El caudal del río empujaba con fuerza, Gue pudo subirse a ella y estirarse en una posición inestable y difícil, dejando su cabeza cercana a las orejas del bicho. Estuvo en esa posición casi una hora o más hasta sentir que el propio caudal le depositaba en un remanso.
13 octubre 59
Ella se cruza en su camino. Con su mirada hizo un intento de disculparse, cuando Gue le soltó de plano, su primera y escuálida frase:
_¿Tú eres hermana de Mayte?. Ella se detuvo, titubeo, esbozo una sonrisa morena, dejando caer sus labios superiores para a continuación abrir una boca que dejaba ver unos dientes parejos y blancos. Él insistió:
_ Te vi la semana pasada frente a la panadería en la esquina de lesseps.
Un silencio obsceno volvió a aparecer. Ella estaba a punto de hablarle, pensaba que él era su hombre. Le veía tan masculino, tan alto. Pero se aparto, estirando su pierna derecha. Le esquivo.
Al dejarle detraes suyo, un grito de él, mezcla de susurro y exhalación, se escucho con descaro:
_¡ Que narices te piensas!. ¡ Antes de tres días serás mía!.
Los barbudos han tomado la isla
Al entrar en casa su imagen me perseguía, era guapo e insolente. Le deseaba; mis fantasías me unían a su vientre, su cabello, su carcajada. Abrí la puerta de mi habitación, me estire en la cama. Mayte me había dicho: Gue te atrapa con sus palabras, cuando crees estar alejada de él, mas te persigue. La ilusión me poseía. Mis senos se habían hinchado, el vello de mi cuerpo se había erizado. Le sentía tan cerca de mí, me arrastraba en un juego caprichoso. No dejaba de torturarme una pregunta: ¿ mi hermana habría tenido una relación con él?.
_Maria!!!. Mi madre gritaba desde la cocina, - ¿ qué querría?-. Me puse de pie, incomoda, la espalda me tiraba. ¿ Que hora seria?. Las siete tal vez, uff!, aún no había preparado nada del examen de la próxima semana.
_¡Hola¡.
_¿ Haz estado en el centro?. Gruño, su mirada verde y nítida esperaba una respuesta.
_ Te he visto charlando con Gue, en una esquina. Ya sabes que esa familia trae problemas y su hijo es pendenciero. – pense, a partir de ahora una catarata de palabras -.
_ Además, -continuo-, ya salió con tu hermana y le hizo sufrir mucho. Quedaba con ella y le daba plantón. Otras veces le explicaba historias, aventuras, que al oírlas producían terror.
Mi madre vio la expresión de sorpresa en mi rostro. Me había cogido de lleno.
_ No te rías, te contare una. Dicen que el peligro seduce. Cogió una camisa allí abandonada, la aliso con sus dedos y se dispuso a sentarse. En sus cabellos brillaba su rubio teñido, ajado, ondulado, rebelde. Su personalidad apuntaba en sus mejores días para cantar o bailar, un cruce con alguien le había dejado atada a la cocina y los caprichos de mi padre.
noche de 1958
Detuvo el coche frente al cementerio, su Kaiser caravela provoco un pitido hartándose de gasolina. Abrió la puerta, el frío entro en sus huesos, la llovizna acentuaba aquella esperpéntica situación. Al pisar el suelo sus botas tomaron contacto con el agua. Había detenido el Kaiser a pocos metros de la puerta de entrada, serian las dos de la madrugada. Se acerco a la puerta de hierro y sujetándose en un lateral empujo con fuerza para saltarla, al caer del otro lado, su cuerpo le recordó los 23 años. Buscaba el camino de siempre, primero hacia la derecha, un poco mas adelante torcería levemente para encontrar en 100 metros de suave pendiente, la tumba de su padre. Se cumplían cinco años de aquel ida. Se detuvo frente a una fría lapida, el mármol corroído brillaba por efecto del agua que se deslizaba. La farola más cercana empujaba una luz magra y sin razón. Gue se estrujo su abrigo y lo abrió metiendo la mano en su interior, el contacto con el calor de su cuerpo aumento hasta el extremo su irritación. Saco un polvo gris y lo esparció por encima de la fosa, la mezcla con el agua produjo un tenue humo que se elevo unos segundos. El exclamo... Te vengare, padre.
La inoportuna escena le elevo en sus fantasías. El recordaba aquella mano ensangrentada de su padre que pedía auxilio y su rictus de asombro, de duda para acercarse. Este recuerdo le urgía continuamente, pero no lograba profundizar en él, no era capaz de traer a su memoria los siguientes minutos, ni las personas participantes, ni siquiera la situación. El asco avanzo hasta su garganta, se giro y escupió.
Pasaron unos minutos hasta regresar de sus ensoñaciones. Busco en su bolsillo derecho y extrajo un trozo de pan, se lo llevo hasta la boca y al tirar de él desgarro la miga. Al masticar esa masa arcillosa se entremezclaba creando una bola pegajosa. Alargo su lengua y echo un escupitajo, aquella bazofia fue a dar en el mármol. Estaba empapado, volvió sobre sus pasos, por la pendiente. El morro del coche se acercaba, introdujo la llave en la puerta, dio un giro, se abrió, se encogió y al sentarse se estiro frente al volante. Encendió la radio, la música era conocida:
_ Wear my ring... -una canción de Elvis-.
_ tst ...
_ tst...
_ tst...
Puso en marcha el coche, cada vez que venia a verle a el, salía asqueado. Hizo unos kilómetros y se detuvo frente a una casa, allí vivía su madre y en ella pasaba temporadas. Rebusco en los bolsillos pero se había dejado las llaves, abrió la puerta del jardín, los perros le saltaron encima dándole muestras de alegría. Camino hasta una ventana y golpeando con sus nudillos en el cristal, del otro lado se escucho:
_ Voy.
Gue se dirigió hasta la entrada principal, un ruido de llaves le alerto que la puerta se abriría.
_ ¡Hola!. Allí estaba ella, erguida, dejando caer revuelto su cabello oscuro alrededor de su cuello. Era de mediana estatura, un poco rellena.
_ ¿ Tu crees que es hora de estar dando vueltas?. Le espeta ella.
_ Tengo hambre... Respondió. Sus pasos sonaron en dirección de la cocina. Encendió la luz girando una manivela blanca de cristal opaco. Un espacio antiguo, amplio, dividido por una pared estrecha y baja que sé interponia entre la cocina de hierro de leña y la de gas, apareció ante sus ojos. En el centro de la habitación se situaba una mesa cuadrada. De ella caía un hule de dibujos geométricos. Cuatro sillas, marrones, feas, completaban la austera estancia. Hacia la derecha, aparecía una gran ventana que se asomaba al patio. La nevera prestaba su ruido negligente en el cuartucho contiguo.
_¿Te preparo una tortilla con salsa de tomate?.