La memoria Cap. 1
El hombre-rata vive en Paseo de Gracia. Está procupado, ha sufrido persecución. Le angustia su futuro.
Sus ojos son redondos, negros y su forma de caminar, rápida, como si fuera dando tumbos, a
punto de derrumbarse. Pasa sus días entre el piso 13 y 11, entre dos plantas, mientras espera a quién vendrá
a ayudarle. Está prisionero del miedo. Es presidente de una compañía de seguros, pero en sus ratos libres
le interesa dirigir su periódico y está buscando un editor. Su obsesión es la vieja Europa y teme que el
tiempo oscuro nos domine, que nos volvamos viejos y los asiáticos conquisten nuestra sociedad. Su
nombre es Salvat el pequeño. En su despacho existe una puerta, está allí desde que compró el edificio, no
la ha abierto nunca . ¿ Qué existe detrás?. No lo sabe, solo piensa en quien deba venir a verle, e intenta
imaginar que hay detrás de ella. ¿Quizás nubes?. ¿O incienso?. Intuye que esta asociado a su futuro.
Se está quedando calvo, solo atina a intuir entre su pérdida del cabello, a alguien que desea destruirle.
Cuando despierta, asustado, un sueño le persigue, es una boca inmensa que se abre, y se lo traga,
mientras alguien grita, y aparece su salvador. ¿ Pero quién será?. ¿ Dónde se halla?. Solo conoce una
pista. Le debe esperar, en el ascensor, entre las plantas 13 y 11. Le parece ridículo estar aquí varias veces
al dia.
La tortuga antes de morir se quedaba en el agua todo el día, solo salía cuando venia Arturo P. y
volcaba su cubo hacia el suelo. Pensaba ella que podía estar en esa posición durante el invierno. Le
cubrían dos árboles. Ella contemplaba ese trozo, como el sitio donde sería enterrada. Arturo P. le había
rescatado bajo las ruedas de su coche.
La muerte de la tortuga dentro del agua, había disparado todas las señales de alarma. El hombre-rata
temblaba de solo pensar que se anunciaba. Los ojos hundidos de la tortuga, mostraban una gran
sufrimiento.
La tortuga era un semidiós venida de Oriente, se había embutido de ese traje verde para con su muerte
despertar a Arturo P. Este recordaba la visión de niño, cuando durmiendo sobresaltado
había visto un enorme perro blanco, brillante. ¿Cuántas veces había pensado en la muerte?.
¿Él sentía su mensaje?. Aquello le horrorizaba, sus miedos le paralizaban. Sus recuerdos de los barrotes
de la cuna y aquella luz potente y brillante que siempre le decía : eres la continuidad.
Arturo P. reflexionaba, de quién venia el poder, la fuerza, la luz. ¿ De su abuela materna? . No, quizás
La hermana de ella que había vivido en Turquía. Ella se comunicaba a través de un árbol, de un gran
árbol. ¿ Porque lo mágico saltaba de la abuela al nieto?
Tal vez nunca pudiese saberlo, pero si entendía que la muerte de Miguel Angel
a los seis meses de haber nacido, era el cambio que anunciaba el perro blanco. El no sé
había sobrepuesto al esfuerzo de recibir la magia de la familia. Esto le confirmaba que no se apartaría
jamás la idea de muerte de su existencia. ¿ Cuántos años aun debería esperar para hacer su servicio?.
Miguel Angel le había visitado a través de la tortuga, ellos habían hablado poco. Mientras Arturo P.
conversaba, Miguel Angel se desplazaba y escuchaba. Este quería convencerle que se acababa el
tiempo de la tortuga , la pasividad , la lentitud, el largo sueño, y vendría el tiempo de la rata, el
movimiento, la acción , el poder. También le había indicado, que el agua era el poder y que esta todo lo
absorbía y nos entregaba a cambio la fuerza.
Las veces que la fuerza le había visitado, en noches pasadas, disgustada, casi desafiante. Ante ella Arturo P.
la había desplazado hacia el agua, hacia el movimiento, en dirección al río. Su fluir absorbía su ira.
Los brujos negros se alimentaban del odio, de la destrucción. El era blanco, y su fuerza, su poder
debía servir para restablecer, impulsar la sabiduría.
La tortuga , también le decía, que vendrían años de grandes cambios, y era necesario encontrar la luz, pues
ella era la guía. La prudencia y la sabiduría debían dominar, ahora que los ojos de la
tortuga se hallaban ciegos. Esta última le decía, Miguel Angel esta en mí, porque él es tu hermano. Su
ataúd era pequeño y blanco. ¿ Lo recuerdas? . Tú lo has visto y él te recuerda que el príncipe se hará
rey y necesitará tú ayuda, tú debes buscar detrás de la puerta. El también es un Hombre-rata, él necesita
opinión y consejo. Tu abrirás la puerta de la luz. Nadie lo ha hecho antes, cuando llegue ese momento
deberás estar preparado y listo.
Yo soy la Mirada que Habla, solo poseo memoria, vivo desde los tiempos observando las acciones
de los monjes negros, y en el juego de la razón y la sinrazón, lucho por el bien. Mi nombre es Ludovico.
Veo a la rata limpiarse y frotarse sus patas en la espera. Está nerviosa, no atina más que a mover sus
ojos hacia cada lado apoyándose en sus patas traseras. Sus padres vivían en la calle del Carmen, en una
fábrica de sombreros. Detrás tenían un obrador donde calentaban el fieltro y con sus moldes
redondeaban los sombreros , las gorras , las boinas. Era un local estrecho y tortuoso que desembocaba
en su parte delantera, en una tienda abombada y baja . Vivían en la parte intermedia, en dos
habitaciones, sin luz al exterior, casi pegadas a la fábrica. Eran los Salvat, de rama judía, pero
cristianizados. Todas las habitaciones tenían fotos de santos y vírgenes, tal vez deseaban conjurar su
doble religión. Salvat el mediano, caminaba lento, y asistía a la muerte de su negocio. Siempre
participaba de los oficios de la comunidad hebrea . Por las noches se levantaba a las 4 de la madrugada
e iba al horno con el fin de avivarlo. Luego poco a poco llegaban los empleados.
Su padre había comprado y fundado este local en 1890, y él su sucesor tenia un hijo, Salvat el
pequeño. Antes de salir el sol, repasaba con tenacidad sus cuentas, cada semana enviaba 5
cajas de sombreros a Madrid y otros puntos del país, pero su mejor pedido llegaba siempre de Buenos
Aires. A él le preocupaba su pequeño, hacia días había recibido una señal que no entendía. En el horno
había explotado una mala figura, mientras removía la leña, un trozo se había desprendido, era una
mirada que le hablaba:
"El vendrá de América y ayudará a tu hijo, pero él deberá corresponderle, abriéndole la puerta de la
luz".
Intentaba comprender el mensaje, ya no estaba su padre para ayudarle, él si entendía de estas brujerías.
Salvat el grande estaba entregado y sabía conectarse con ellos. Pero él no era capaz, sus miedos le
impedían ir más allá. No podía comprender porque existía otro mundo, otra dimensión que no fuese la de
Jesús. Pero esta vez el mensaje afectaba a su hijo. Repasaba angustiado las facturas de un tal Atarulfo
Itenias, el de Indias, como le llamaba su padre. Le compraba hace años, siempre pagaba al contado,
mediante un giro . Su domicilio era Pueyrredon 1153. Por más que intentaba apartárselo de su vista, su
recuerdo le asediaba. Su padre le describía como una persona baja, de tez cobriza y voz atiplada. Sus
modales recordaban a un español del 1900 , que había marchado a América para hacer fortuna . Le
imaginaba visitándole, hablando con el muchas horas alrededor de un café . Siempre la conversación giraba
alrededor de las dos mitades, lo que ellos llamaban la cabeza y la raíz, la tierra y la copa del árbol. ¿ Qué
sufrimientos se escondían en esta desunión?.
¿ Ayudaría a mi pequeño para que la luz surgiese nuevamente?.
Mi nombre es Salvat el pequeño, mi padre me educó para el dinero y el poder. Han pasado años y me
aquí estoy sentado frente a esta frase ridícula :
_Vendrá de América y deberás ayudarle, a abrir la puerta, aquella que observas y es la fuente de tu
poder... ¿ Quién será ese personaje ? . Durante este tiempo de lucha por conquistar una posición, no he
tenido un minuto para meditar, pero a mi alrededor no han parado de llegar mensajes que me recuerdan
una tarea pendiente . La otra noche un sueño me deslumbró, era un pez que salía del agua y me observaba.
Tal vez el momento se aproxime. ¿ Qué habrá detrás de esa maldita puerta?. Cuando compré este edificio,
ella estaba en su sitio, instalé mi despacho y recuerdo que me preguntaron si la quitaban, les dije que no,
que así aportaría un toque de antigüedad a la sala. Pero interiormente yo presentía algo, no sé: ¿una
sensación quizás?. No puedo quejarme, he logrado hacer fortuna, mi padre, me dejó la sombrerería e inversiones en
inmuebles. Vendí todo en el 45, pocos días después de su muerte, y con lo reunido compré esta compañía de seguros, a
la que he convertido en la Nº 1, -por supuesto- , con mucho esfuerzo. Mi mujer, siempre me dice, que mi pacto con los
brujos, es lo que me ha ayudado. Yo me sonrío, no sabe, que han intentado apartarme del negocio, pero lo he
defendido como si fuese una iglesia . Mi padre siempre fue prisionero del temor, del autocontrol, por ello no triunfó.
Los últimos años de su vida - aún le recuerdo - , andaba cojo , su cara alargada, su cabeza grande y su
nariz recortada sobre sus ojos negros. El miedo le comía. El último día le acompañé, buscaba complicidad,
me dijo: ¡cuida del negocio!. Le notaba preocupado. Cuida de la luz decía. Hablaba de Atarulfo Itenias de
forma inconexa.
Caminamos esa tarde cerca de Plaza cataluña, estaba ido, murmuraba, a momentos se agitaba . Detuvo el
paso se apoyó en la pared, con desparpajo comenzó a entonar una cancioncilla:
- Las putas en América,
se fríen en su salsa
tan entretenidas , tan entretenidas
en el asco que los amantes...
La tos le cortó la entonación. Le sujete por el hombro, buscamos un bar cercano, se sentó, pedimos un café.
Temblaba acerco la taza y bebió. Se puso rojo, le levanté, parecía a punto de
explotar, se cayó sobre la mesa, me acerqué, intentaba decir algo, puse mi oído sobre sus labios,
fui capaz de escuchar :
- la Atlántida -. Se desplomó y cayó muerto. Le recogimos y le llevamos hasta nuestra casa.
Estos últimos años sus preocupaciones habían ido en aumento. Decidí vender la tienda. Él comprador tenía ojos
de víbora, su ponzoña infectaba su cuerpo, era un monje negro. Ni siquiera abrió la tienda, despidió a los
trabajadores y desapareció . Me aterra pensar que ese fuese mi primer contacto con ellos. Cogí su dinero, sentía
como se escurría entre mis manos, le dije al del banco:
_¡Cuéntalo tú!. Antes de salir del notario, su firma transmitía una sensación de victoria. Al adelantarse para bajar
la escalera, observe como en su espalda, en la parte baja, una larga cola viscosa se movía y golpeaba febrilmente
contra el suelo. La tarea de tantos años -de mi padre- convencido de que su tarea era cuidar la luz le había
consumido.
Cada vez el horno calentaba más débilmente. A é aquello le provocaba culpa y cada vez se encerraba más,
detrás de las estampas de Cristo y la religión. Por las noches le sentía pronunciar el nombre del Indiano
-insistía- que este le vendría a salvar. Él creía que la luz se debía de alimentar sola, aquella responsabilidad
le abrumaba . El día que el comprador entró en la tienda, yo intuía que venia a cerrarla, a apagar el horno.
Siempre había pensado que la fuerza de una rata es la búsqueda del poder, es su crecimiento. Él
monje negro me daba está fuerza, tal vez un tanto provisional, pero debía moverme en la búsqueda de
otro sitio para mantener nuestra posición. Algo me decía que esto se acercaba. Siempre aparecía mi voz
interior, que decía : tú , -Salvat el pequeño- has fornicado sobre los valores , sobre la ética, te has
convertido en prisionero de las ambiciones, pero has sido capaz de conservar la luz. Ahora vendrá una
tortuga a ayudarte a abrir la puerta. Una pregunta me atenazaba: ¿ moriré una vez este abierta?.
El día que entré en su tienda, sabía que era posible dejara apagar la luz, ¡estaba muerto de miedo!. Me
saludó con cortesía, se veía en él un buen hombre, una ligera cojera del lado derecho le desplazaba
engañosamente. En Buenos Aires me habían dicho: "ve a Barcelona y compra sombreros". Bajé del barco y
no sabia por donde comenzar, existían 5 fábricas. Las visité una a una, en todas, los dueños eran personajes
siniestros. Lo percibía en sus ojos, me ofrecían todo tipo de modelos. Eran seres triunfadores, seguros de si
mismos, no entendían más que de pesetas, de negocio. ¿Cómo le reconocería?. Me habían dicho que debía
buscar en su mirada , la tristeza, el dolor , la duda.
Al entrar en su tienda el saludó con un:
¡ Buen día! . ¿ Qué desea? .
Le contesté:
_Vengo a ayudarle a mantener la luz. Se asustó, retrocedió hasta una entrada, me invitó a acompañarle, dijo:
_Voy a preparar un café. El no aceptaba tener que mantener el fuego, no deseaba para sí la tarea, ¡sé
rebelaba!. Decía que su padre -Salvat el grande- le había mentido, le había dicho que el fuego se alimentaba
solo, no era capaz de entender que aquello no había sido una traición. Intente convencerle que su tarea era
mantener dentro de sí sus convicciones. Que la cabeza y la copa del árbol, en cuanto unieran sus dos
mitades , la luz se alimentaría sola. Sino vendría la derrota y el reino de Tessonis. Él asentía, pero no podía
aceptarlo, su esfuerzo algún día se rompería. Mi tarea era visitarle regularmente, comprarle sombreros, y
mantenerle hasta que su hijo creciese. Él sería quien atravesase la noche y hablaría con la víbora. Le visité
durante esos años 4 veces. El viaje era terrible, me quedaba regularmente un par de días. Él solía decir,
ansioso, cansado:
_¡ Atarulfo quédate! .
Cuando hice mi primer viaje fue por que me llegó un mensaje extraño:
_La luz se apaga, ¡ve y convence al de Barcelona!. Yo pensaba, ¿ dónde estará esta ciudad?. Repase los
mapas, no fue difícil encontrarla. Pero no pude menos que exclamar: ¡ y este cabrón quiere que le visite
porque no sabe estar en su sitio!. La tarde de julio en que fui a comprar los billetes hacia frío y llovía. Él
que me los vendió, dijo:
_¡Date prisa que se muere!.
La Mirada de A es oscura, neutra, profunda, siempre intenta absorver el mensaje. Tiene tanto miedo a
conocer, que se acerca putrefacta a escuchar. Todo le atrae, pero luego vacila. Con Salvat el mediano
durante estos años no haría más que rogar y rogar. Me absorbía los sesos, no soportaba que
fuese tan vasta su ignorancia. Debía siempre comenzar donde le había dejado. Salvat el mediano se hundía
en el fango, pero su muerte lenta duraría años, mientras , de mi consumiría todas las fuerzas.
Había llegado a Buenos Aires hacia el 1900. Mi rostro aguantaba una nariz ancha, de frente abierta. Tenia
los ojos negros , un poco achinados. Las cejas pobladas me conferían un aire entre judío y mafioso. De
complexión fuerte y más bien bajo, de orejas redondas y anchas, más de una vez, al cruzar una frontera,
me apartaban para el control, pues les infundía temor y duda. Mi nombre Martín Alsa. Mi padre me había
bautizado con un nombre americano. ¡De película vamos!. Recuerdo que al llegar, Buenos Aires era una
ciudad horrenda, donde se mezclaban hasta 15 idiomas diferentes. Más de la mitad de los habitantes eran
extranjeros a quienes el hambre les empujaba desde Europa. Para ellos América era el futuro, la
esperanza , una nueva vida. Del tópico se pasaba a la realidad, y esta era dura, una ciudad donde
millones peleaban por la supervivencia. En el primer hotel que estuve -El Continental-, ubicado en la
Boca, barrio de italianos, las peleas nocturnas llegaban hasta mi puerta. Había cumplido 18 años, y
no tenia un centavo. Comencé a trabajar de ayudante de camarero, y era tan desastroso que todos los
días la furia de mi patrón le llevaba a empujarme contra la pared y alzarme casi 1/2 metro del suelo. Por
la noche regresaba exhausto a mi litera, allí solo estirado era capaz de imaginarme en un barco que se mecía
sobre la furia de las olas. Fuera las putas y cafishos, se mezclaban con la clientela en busca de sexo.
Llevaba una fotografía de la persona a quien tenia que contactar, no tenia su dirección, ni ninguna pista.
Solo un rostro entre millones de habitantes. Él me daría protección y un mensaje. También me diría mi
tarea. La noche pasada había visto bajo mi cama unas luces amarillas, aquella visión se me había ocurrido
interpretarla. Pregunté en varios sitios, todos respondían: -el Jockey Club-. Era el lugar de moda, donde
los ricos mostraban su poder, imaginaba que allí estaría la persona que buscaba. Al no poder entrar,
decidí ir donde tiraban la basura, golpeé la puerta. La abrió un gigantón, huraño, su voz seca me escamo
con un grito:
_¡No hay comida para dar!. ¡Busca en los cubos!.
Le miré y saqué mi furia.
_¡Vengo de parte de Luis Filippi, el de Savona! .
No puse decir nada más.
_¿ Qué quieres?. Preguntó.
Busco trabajo. Se retiró un poco hacia atrás, y volvió a gruñir: ¡Pasa!.
_¡Vienen muchos mentirosos todos los días!.
_Hoy necesito un fregaplatos, ponte el delantal y trabaja ...Estuve allí hasta las 4 de la madrugada y salí
frito, vamos muerto. Al llegar al hotel me tiré en la cama, esa noche no escuché a nadie. Había cumplido mi
objetivo, estaba dentro, ahora debía encontrar a mi padrino.
Dime chico: ¿ cómo te llamas?.
- ¿ Yo?. Pues, Martín Alsa.
- ¿ De dónde vienes? , -de España -.
- ¿ Cuánto hace que has llegado?. -Un mes -.
_Mira te pagaré 5 céntimos, más la comida, y todo lo que veas es secreto absoluto. El día que tú te vayas de
la boca , paliza y calle. ¿ Entendido?. Su expresión al girar la mano fue explícita.
Alrededor de la montaña de platos, me giré , al fondo en unas escalinatas , se asomaba un hombre
delgado, de tez blanca , nariz fina, el cabello rizado. Tendría 70 u 80 años. Iba vestido con un traje gris y
una camisa azul con corbata roja . Me recordaba el de la fotografía, pero estaba muy consumido y con
50 años más. Hablaba con el Jefe de Cocina, a su alrededor se formaba un corrillo. Estaba estupefacto,
sudaba , deseaba salir corriendo y decírselo. No sabia que hacer, él abrió la puerta y se marchó.
Regresaría otro día? . ¿ Debía preguntar por su nombre?.
Era bastante tarde, tal vez la una o dos de la madrugada, deje los platos, marché hacia el lavabo, abrí la
bragueta. Cuando estaba orinando, sentí una sombra que se colaba a mi lado. Me di vuelta, ¡ era Él! .
Parecía más pequeño que el otro día, su nariz era larga, sus ojos hundidos y el cabello rizado bastante
brillante . Le miré un cierto temblor me escoro a la derecha, él me observó y dijo:
_Tranquilo chico, ya estas aquí. Coge mi dirección, te espero mañana a las 10, en mi casa. Deja los
platos, eso es para los pobres diablos.
Se percibía un aura que le rodeaba. Regresé a mi trabajo, -en toda la noche no pude apartar de
mi el recuerdo de su mirada tan directa-. Al salir del lavabo, apretaba llevaba en mis manos el papel con la
dirección, lo entreabrí, ponía Pueyrredon, atravesé la sala hacia el exterior, detuve a un
camarero, señalé a la persona y le pregunté por su nombre, me miró, se le escapó una carcajada grande
y cristalina:
_Es el dueño, ¿ no lo sabes? -.
_¿Cómo se llama?.
_Ludovico -contesto el tipo-. Regresé a mi puesto, estaba confuso: ¿ porqué seguía la pista de la fotografía?.
Había venido a América a hacerme rico, no a perseguir un anciano de cabellos blancos.
Un maremoto formado por olas de miles de metros de altura nos perseguía, la explosión volcánica
hundió la isla de la Atlántida. El cráter formado, tenía un diámetro de 13 kilómetros y cientos de
profundidad. Las aguas del mar le rellenaron rápidamente y el estruendo se sintió en todo el universo
conocido. Ocurrió en 1628 a. de Cristo. Aún recuerdo ver como se hundía el palacio donde estaba mi padre. Días
antes nuestra posición, en la lucha con los monjes negros se había debilitado. Ellos habían logrado
separar las dos mitades, la raíz de la tierra y la cabeza de la copa del árbol. Mi padre me previno, a partir
de ese momento seria La Mirada que Habla, y debía emigrar . También lo haría la Mirada de A. En él
centro de la Atlántida, se elevó una montaña, de ella empezó a surgir fuego y cenizas. Mi padre sopló en
mis ojos y me eleve por los aires alejándome. Su mirada me despedía con un murmullo...-busca la luz -.
La isla estalló, su violencia cubrió las nubes y solo fue posible escuchar la música, la risa, Ellos ya
dominaban la Tierra. La Atlántida se convirtió en un foso donde el fuego, la lava, y el agua la
cubrieron. Estaba atónito, comencé un viaje que me llevaría hacia América. Nadie volvería a hablar de
nuestra Isla hasta Solón y luego Platón. La Mirada de A emigró. A través de la Judería de
Toledo se estableció en España. Mi despertar fue en el cuerpo de Ludovico. Su fuerza interior, permitió
contar lo ocurrido: la muerte de la Casa de la Luz . Así comencé a buscar a la Mirada de A, descifrando
los mensajes que me indicasen como hallarle .
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