El río de la vida
Al llegar era noche cerrada, el edificio vestía su negrura. Los
focos de mi coche señalaban el sitio de la cita con Odessa. Aparque en la entrada, iba desarmado, el
almacén estaba a nombre de Ismael, lo utilizábamos como depósito para la exportación, siempre
decíamos que tenia la mejor cámara acorazada de América. Mi ayudante no había querido que viniese
solo, insistió hasta último momento con la cantinela de la peligrosidad de los hombres de Mazzi. Lo que
debía ocurrir estaba cantado. Aún no habían llegado, espere en la puerta. El viento de levante empujaba
la humedad aumentando el bochorno.Pasaron unos minutos, por la calle se acercaba un coche despacio
y con las luces apagadas, parecía un Buick del 43. Entre la bruma creía distinguir en su interior la silueta
de Eichmann y otra compañía que se veía más grueso y grande. Detuvieron el automóvil detrás del mío,
se apearon y caminaron hasta donde me encontraba. Eichmann estrechó mi mano, Priebke fue el
siguiente.
Sus ojos eran gélidos, se parecían a los de un depredador. Su cara estaba moldeada por una nariz que
se incrustaba en dos pómulos duros. Sus orejas anchas se estiraban a ambos lados de una cabeza recta
que remataba una barbilla plana. El saludo transmitía odio, crueldad. Priebke era el típico oficial de la
SS, desconfiado y agresivo. Siempre provisto del desenfado y falta escrúpulos del cuerpo de elite
preparado para su tarea. Nos acercamos al portal, saqué la llave, giré dos vueltas, encendí la luz.
Por delante teníamos un pasillo estrecho, los dos me siguieron, sus botas retumbaban a mi espalda.
Al llegar a la oficina, cogimos unas sillas viejas y la distribuimos en circulo alrededor de la mesa. La luz
que se proyectaba me permitió ver un corte en la barbilla de Priebke, encima de su cabeza el Pez
dormía recostado sobre el agua. Como me había apuntado la Mirada, Hitler estaba en él. La figura de
Eichmann se resentía y aparecía tenue, desfondada. El gusto -de este último- por el cinismo añadía un
aire siniestro a la reunión. Al sentarnos Eichmann dijo:
, pero su ayudante no hace más que poner pegas, necesitamos más recursos y sobretodo documentación para los que están por llegar. Permítame recordarle que la sangre es la base de nuestro pacto. Los ojos de Priebke estaban rojos, el Pez había despertado del letargo y mordía con su boca un hombre desfallecido. ¿Qué significado era aquello?. Me dispuse a contestar: _Vosotros sabéis que el secreto y la reserva presiden nuestros contactos. Ud. -señalé a Priebke- ha puesto en peligro el acuerdo. Ud. ha ido al banco y ha amenazado a mi ayudante. ¡Su impaciencia puede costarle la vida a otros camaradas! -él tono de mi voz aumentaba, había decidido entrar atacando. Priebke lleno de furia contesto: _¡Ud. no es más que una rata!. Es alguien que intenta aprovecharse de la situación. ¡Sepa que su vida esta en nuestras manos!. Ud. debe cumplir y no provocar más retrasos. En ese momento e recorde a la Mirada: ¡Dales de comer Martín!. Sin inmutarme les dije: _El dinero para moveros esta disponible hasta él limite que vosotros decidáis, como también las ayudas para los desplazamientos dentro del país. Pero debéis comprender -intentaba no mencionar el fin de la guerra- que llegareis muchos y solo conseguiremos la documentación con reserva, con discreción y paciencia. El General esta presionado por los americanos, la estabilidad para todos la lograremos poco a poco. _Al diablo con su General!, -gritó Priebke. Al diablo con él -grite yo. Pero -continúe- dirigirse a un sitio tranquilo, que inclusive le podemos proveer nosotros y esperar allí. La documentación puede tardar en llegar hasta 5 años. Pero Ud. debe pensar que nunca se le molestará y en este país nadie conocerá su dirección. Al ver que se me seguían, insistí, Ud. rehaga su vida, Ud. sabe que los oficiales deben esperar el nuevo momento, más propicio para... el IV Reich. Intente pasar de puntillas sobre este tema, Priebke se agitó, pero Eichmann terció al decir: _Siempre hemos confiado en Ud., camarada Martín, nosotros debemos prepararnos para el regreso a Alemania. Ahora Europa va a caer en manos del comunismo, debemos tener paciencia y encontrar un sitio donde aguardar la reconstrucción. En su reflexión asomaba un tono de prudencia, era de los nazis que intentaban salvar Alemania de la exaltación de los últimos días. También el era la cabeza de Odessa. Él sería a quien le tocaría gestionar los millonarios recursos depositados principalmente en Suiza. El Pez de los Ojos Verdes se dividió en dos mitades y se situó sobre ambos, se movía con agilidad. Al estar partido podía ver en el interior de su cuerpo, en su estómago estaba el Libro. Priebke había perdido fuerza, pero sus instintos le delataban. Se levantó, caminó por el estudio, el aura del Pez -al estar partido- iluminaba de verde la habitación. El acuerdo estaba sobre la mesa, solo dependía de él y su impaciencia. Se giró y mirándome preguntó: _¿ Puede Ud. conseguirme un sitio igual a donde he vivido en mi juventud?. Incline mi cabeza afirmativamente y pregunté: _¿ Puede Ud. describírmelo?. En tono gruñón, sin casi entonación dijo: Eran montañas llenas de pinos, en invierno nieva y en sus ríos la pesca es abundante. Las casas están espaciadas entre sí y son de tipo alpino. ¡Te tengo en mis manos pensé!. Ahora ya puedo alimentarle. Recordé una casa de mi propiedad cerca de Bariloche, estaba rodeada de un lago. Las 5000 hectareas estallaban de pinos antiguos y caprichosos. Se encontraba aislada y se podía acceder hasta ella mediante un camino rural abandonado. Se lo explique, además le ofrecí hacerle llegar regularmente la correspondencia y la prensa desde Alemania. Aquello ultimo le agradó sobremanera. Se volvió a sentar, aproveché para aumentar las descripciones del paisaje. El cinismo de Eichmann se imponía observando mi comportamiento. Estaba a un paso de un asesino transformado en niño. El Pez desapareció sobre su cabeza, provisionalmente había triunfado. Me incorpore yendo hasta el almacén. Cogí un destornillador e hice presión en la tapa de una caja de coñac español, extraje una botella, cogí unas copas y les invité. Priebke empezó a hablar, para él la matanza en las Fosas Ardeatinas había sido ordenada directamente por Hitler. Según su relato, ello había sido posible por que la situación en Roma era desesperada, según sus informaciones había en la ciudad 12.000 partisanos dispuestos a dar sus vidas con tal de echarles. Lo más lógico hubiese sido una retirada. Para él, esta sangre estaba destinada a calmar a sus dioses enfurecidos. ¿Qué dioses? -me interrogué-. Él pensaba -continuó- que estos últimos meses sé producirían matanzas indiscriminadas. Las órdenes cursadas a los SS eran tajantes: "acelerar la solución final ". Himmler -argumentaba- que cada día que pasaba era una oportunidad de ofrecer sacrificios. A muchos de los oficiales ya no les importaba el curso de la guerra. La maquinaria de sangre era un vasto incendio que arrasaba la sociedad en su conjunto. Ya solo trabajamos para calmar la ira de Anapsilon -concluyó amargado. Mis pensamientos dieron un salto -¿Cómo conocía ese nombre?. Decidí servirles otra copa, aquella atmósfera de confesiones me inclinaba a preguntar por él ultimo nombre pronunciado, di un rodeo e interrogué: _¿Quién es Anapsilon?. El Pez apareció en el acto encima de él, sus ojos eran rojos y me observaba inquieto. Priebke miró a su compañero el silencio se incremento hasta ser insoportable. Mire al Pez y volví a preguntar tendiendoles una trampa: _¿Seria posible conseguir la formula de Cyklon B?. ¿Creo que lo aplican en Auschwitz?. Los dos se interrogaron. Eichmann respondió: _Eso es de maximo secreto. _¿El campo o la formula?. _Ambos -gruño Eichmann. _¿Vive mucha gente en el campo?. _Viven y mueren -volvió a contestar con una risa sarcástica mi interlocutor. El camarada Heinrich Himmler dirige esas operaciones. _Tengo amigos dispuestos a pagar por esas informaciones -apostille. El Pez se había dormitado. _Es posible hacerle llegar algo -dijo Eichmann. ¿De cuanto hablamos?. _De un millón para cada uno depositado en el suelo de la casa donde viviréis. _Se lo haré llegar desde Alemania -respondió Eichmann. _¿Qué hacen con los que entran al campo? -debía remachar mi idea. _Los transformamos en humo. La carcajada de los dos desplazó las copas. El Pez salpicó con su estercolero las paredes de la habitación. Eran las 4 de la madrugada, ambos se levantaron. Cogí la copa y apurando mi coñac. Antes de despedirnos convine con Eichmann que llegado el momento le recogeríamos en Alemania y le llevarían hasta Bariloche. Sería en ese momento que le darían también las llaves de la casa y la suma de dinero convenida. Los contactos ulteriores solo serian a través del jefe de Odessa. Antes de salir, Eichmann preguntó: "¿Que quiere saber del campo?". _Fotografías y nombres de los jefes -respondí. Apague la luz, atravesamos el portal, al salir hacia el extremo de la calle se veía otro coche, un Studebacker de tono marrón. Me despedí con un saludo a medias de ¡heil! y un apretón de manos, viendo como se montaron en un Buick. Me esperé un momento, desde el otro coche un hombre se apeó y me hizo señas, reconocí a Mazzi en persona. Me acerqué hasta él, le saludé, le acompañaban tres tipos de caras desencajadas. Muy socarrón, me pidió que le acompañase a su casino, me subí con ellos, uno cogió mi coche y nos siguió. Tal vez me viniese bien un poco de distracción. Al despertarme la cabeza me dolía terriblemente, estaba en una habitación del casino, a mi lado una rubia dormía plácidamente. Mire la hora, ¡tres de la tarde!. Recogí mi ropa y me vestí, caminé por un corredor que daba a un restaurante privado. Mario, el ayudante de Mazzi se acercó, me ofreció un lavabo privado y preparó el desayuno. Mientras me afeitaba, busqué un teléfono y llamé a Ismael. Le comenté la reunión y pregunté por Ella. Él me dijo que me esperaba por la tarde a partir de las 7 en un piso que daba frente al Jockey Club. Anoté la dirección, llamé a Mario y le pedí que avisara para que tuviesen mi ropa preparada y el Chevrolet descapotable nuevo recién traído de Norte América. Colgué él teléfono, terminé de afeitarme y fui hasta la mesa, Mario había puesto los periódicos del día. Un plato de fetuccini con abundante queso parmesano, café, tostadas y jamón, era el menú que esperaba con paciencia a mi alrededor. Aparté los diarios, me detuve en el titular de la Razon. Estabamos a primeros de diciembre de 1944: ¡los alemanes contraatacan en las Ardenas haciendo retroceder las débiles líneas americanas!. Pensé que está era la ultima jugada de Hitler. Acabé mi desayuno y me fui al banco. Solo pensaba en verla. Me duché, elegí un traje azul, una camisa blanca y una corbata haciendo juego. Al acabar de vestirme me puse a repasar los papeles dejados por mi ayudante. Había un mensaje de Franco que confirmaba el contacto vía Francia, otro de la Mirada para está tarde. Está vez debería esperar, busque el regalo para Ella, era un cuadro de Joan Miró pintado en 1937, lo había conseguido a través de un amigo, se llamaba: "natura morta del sabatot". Los tonos dominantes pasaban del negro al verde, al rojo y al amarillo. El motivo era recrear dos panes, uno de ellos llevaba pinchado un tenedor. Un zapato y una botella envuelta en un papel acompañaban la escena. Mi reflexión me llevaba a afirmar que la pintura representaba el sueño de la España no cumplido, donde la inteligencia y la razón son prisioneras de la oscuridad que les acecha. Los colores se apoyaban en los objetos, creo que el pintor quería decir que la vida constituía una tenue silueta marcada por la necesidad del pan y del zapato. Bajé al aparcamiento, allí me esperaba el descapotable. Su interior iba revestido en cuero negro, me senté, puse en marcha el motor. Un rugido respondió a mi ambición. Llegué al apartamento cerca de las 7, el sol estaba en su cenit. Recogí el cuadro del maletero y me encaminé hacia la portería, entre en el ascensor, al llegar la última planta abrí la puerta. Toqué el timbre, Ella abrió, estaba bellísima, vestía completamente de blanco, una camisa entallada coronaba la falda. Las hombreras le acentuaban el busto. Su sonrisa contagiaba, clara, limpia. Sus ojos negros brillaban, me acerqué, un suave beso me hizo olvidar todo. Llevaba un perfume de lilas, contagioso, sensual. Entramos. El cuadro se me escapo de las manos y golpeó el suelo. ¿Por qué regalaba cuadros?. Estuvimos un rato en silencio, esta vez no se oían reproches. Se quitó los zapatos y me atrajo hacia el sillón. Mientras me besaba sus manos entraban por debajo de mí camisa. Sus dedos me acariciaban, en un juego austero intentaban quitarme la corbata, eran diligentes ante su dueña. El contacto erizaba mi vello. Se soltó el cabello, muy pocas veces le había visto así. La luz del atardecer jugaba con nosotros. Sus botones se fueron desprendiendo, nacar delicioso que me besaba, le sentía ardiente. Yo corregía con la yema de mis dedos la curva de su espalda bajando hasta donde aparecían sus nalgas. ¡Que extraña sensación!. Me había vestido con esmero y en segundos mi ropa estaba esparcida. Tantos días llevaba esperando aquel momento... Me estiré sobre Ella, me retuvo entre sus piernas. Sentía unirme. Cruce el largo pasillo, la Mirada con un gesto invitó a sentarme y cogió mi mano, sin casi respirar dijo: _Iremos en busca de la CICUTA. Es una planta de la familia de las angiospermas dicotiledonias, también llamadas umbeliferas. Son flores blancas, pequeñas y su semilla es negruzca y menuda. Los capullos forman una cavidad cerrada u ovario, dentro se hallan los ovulos, que es el sitio donde se obtiene el "zumo tóxico". Esta planta solo crece en Italia y el jardín donde solo es posible obtenerla es propiedad de Lucrecia Borgia. Para ello te enseñare a viajar a través del sueño hinóptico. Ambos iremos hacia 1490 a recibir de manos de Ella la CICUTA. En este viaje yo seré más joven, jamás deberás apartar de tu pensamiento la unión que existe entre ambos pues atravesaremos situaciones donde intentarán dividirnos. Me recosté levemente en el respaldo del sillón -preparándome para la aventura- una sensación de agobio me invadió. Las manos se hincharon, sentía que mis ojos se iban secando, la cabeza se alargó como si fuese a despegarse. Me concentre en la Mirada. Atravesamos una zona oscura y sentí que golpeaba contra una madera, estabamos en una barca. Llevaba puesto una bata azul y un sombrero en el mismo tono, a mi lado El llevaba otra bata que le cubría todo el cuerpo hasta los pies en color oro. Viajábamos en una góndola impulsada por un remero. Este se encontraba a nuestras espaldas, de pie en la esquina. Calzaba unas medias rojas y le cubría un abrigo dorado, su cabeza soportaba un gorro azul. De su cara caía una larga barba marrón y sus ojos vacíos le daban un aspecto sin vida. El río era estrecho, su olor pestilente, el líquido de color rojo parecía sangre cubriéndolo todo. Desde el agua sé asomaban seres desnudos murmurando como si arrastrasen una continua penitencia. Mientras avanzábamos, en el margen izquierdo, un castillo dotado de un torreón azul vomitaba por sus ventanas fuego y humo. En el margen derecho, sobresalía un muro alto y largo que se extendía sin fin. Al mirar hacia atrás se adivinaban seres devorados por el fuego. No se veía vegetación. Creía entender que nosotros avanzábamos entre la tentación que emergía desde esas aguas siniestras y la muralla que contenía el movimiento de la destrucción, de la aniquilación. La Mirada llevaba su mano izquierda abierta y en sentido vertical, la palma derecha se hallaba puesta hacia delante pero en sentido inverso al cielo, parecía que deseaba recoger y derivar el infierno del que participábamos. A ambos lados de vez en cuando surgían caminos donde se esparcían piedras preciosas. La bóveda que nos cubría era de tono azul intenso, mientras el horizonte se divisaba verde. A ratos suaves ondulaciones de nubes dejaban entrever rostros fantasmagóricos. Le miré a El y sentí que percibía mi desconcierto e irritación. Me contestó: _Lo que ves y sientes es el interior de la casa de los Borgia. Su verdadero espíritu solo lo puede conocer un atlante. Al final del trayecto se veía una montaña gris, redondeada y una cima cortada y recta. A su alrededor le cubrían nubes que adoptaban formas caprichosas. Nuestro río subía hacia ella buscando su parte mas alta. El lento ascenso dejaba ver como desaparecían el muro del costado y sus lenguas de fuego. Este nivel dejaba en nuestra compañía el azul intenso y rojo del agua que describiendo meandros empujaba hacia la cúspide. Espasmos irregulares y tristeza cubrían el rostro de la Mirada, sus ojos grises producían un contraste tosco con lo que nos rodeaba. Temía por nuestra suerte, no sabia si concluiríamos el ascenso. Él remero comenzó a entonar una canción, su boca inexpresiva dejaba escapar una melodía a través de sus labios gruesos y carnosos. Su rostro me recordaba a alguien conocido, gradualmente se estiraba y recomponía. ¿Quizás su peinado hacia atrás y su amplia frente se pareciesen a Salvat el Mediano?. ¿Estaba aquí?. Estaba aturdido. Él estribillo repetía: ..." El río de la vida atraviesa el camino del terror. No mires hacia atrás, no gires tu cabeza. Vamos en busca del zumo tóxico, vamos a recoger el alimento que acabará con la serpiente El río de la vida... Sus brazos empujaban los remos cada vez más deprisa. ¡Subíamos vertiginosamente!. La barca sé desplazaba hacia los lados como desbocada. Intentaba sujetarme de la madera para evitar ser despedido. Los seres del agua cada vez más agresivos saltaban hacia nosotros, la canción les obligaba a taparse los oídos. El viento soplaba con ahínco, La Mirada con voz ronca repetía sin cesar el estribillo. El miedo me paralizaba, a mi costado la Mirada se mantenía quieta, serena. La cima se nos aproximaba presa de furia y violencia. Mi corazón intuía como nos estrellaríamos en las rocas. Al superar el límite del equilibrio sentí el vacío en mi estómago, cerré mis ojos, presentía que caíamos, me atreví a mirar, descendíamos por la otra ladera rodeados de un paisaje suave y verde. El remero había desaparecido y la barca se zambullía enloquecida, probablemente -me dije- nos estrellaríamos. Sentía nauseas, deseaba vomitar. Ludovico levantó su mano con la palma abierta hacia abajo, su gesto hizo que detuviéramos despacio en la ribera. Al descender me temblaban las piernas y eché todo. Estaba mareado, El sonreía al ver mi desamparo. Frente a nosotros se extendía un bosque con un camino. El se dirigió hasta una arboleda y regresó con dos caballos. Parecía diferente, más joven, dinámico, se había quitado la capa, su blusón de tono ocre brillaba. Sus cabellos finos, largos y rubios le cubrían las orejas recortando de forma escalonada la frente. No dijo palabra, me indicó me montase, le seguí a través del sendero. Los caballos galopaban con soltura. En nuestra prisa nos acercábamos hacia un claro que se abría en el bosque. La montaña que había visto anteriormente sé interponia en nuestro viaje. En la base, le rodeaban hileras de cinco personas creando círculos. Los cuerpos estaban desnudos y se sucedían sentados en cluquillas. Llevaban sus cabezas cubiertas por deformidades ovaladas de color marrón, tal vez compuestas de cáscaras gruesas. De su interior provenía un sonido parecido al de una persona cuando se asfixia. Nos detuvimos y el se apeó, hice lo mismo y fui detrás de él. Dimos un giro por todo su contorno, su diámetro era de aproximadamente 200 metros. Al dar la vuelta completa y regresar a los caballos, Él me dijo: _Martín, acaba de visitar la conciencia humana, la cual no se atreve a mirar sus miserias y . Dió un salto encima de la montura y comenzó a desnuda, gira sobre si misma desconcertada cabalgar, en mi sorpresa me dispuse a seguirle. El camino se estrechaba y tomaba la dirección de un castillo que divisábamos a lo lejos. Un perfume nos empujaba hacia Lucrecia. El gris de la fachada dominaba los tonos del paisaje. El castillo tenia dos torreones, uno en cada extremo y pequeños salientes salpicaban la fortaleza. Nos detuvimos frente a su puerta de entrada. El bosque estaba a cientos de metros. Todo era seco y áspero, el viento y la arena golpeaban con fuerza contra la mole poniendo a prueba su descaro en aquel paisaje. Las puertas se izaron. Entramos y apareció ante nosotros un muro rectangular mas bien bajo, con una fuente cándida y sensual en su centro. Todo el suelo estaba tapizado de un manto verde. Hacia el final dos aperturas en forma de ce invertidas habrían paso a un empedrado de baldosas de tonos blancos y negros. Alrededor cerraban el cuadrado varias casas altas y señoriales. No se veía gente por ningún sitio. Atravesamos la pequeña pradera dejando los caballos en la acera que surgía detrás del muro. A la derecha una charca sé extendía llena de agua de marrón espeso. En nuestra izquierda aparecieron las primeras personas, seis enanos vestidos a mitades rojas y verdes, haciendo música . Sus gestos nos invitaban a avanzar hacia una escalera que subía en dirección a la parte más alta del edificio. El primer enano sostenía en sus manos un tambor, era el que dirigía la expedición, el segundo llevaba un trozo de pan, el siguiente un escudo que representaba el símbolo de Lucrecia -una espada que cruza una nube sobrepuesta sobre un sol-, el tercero hacia sonar una trompeta y el último mantenía un clarinete en posición invertida, de su boca escupía estrellas. Nos condujeron hasta una gran sala, su techo estaba apoyado en doce columnas de color pastel. Una estrecha pared recorría la totalidad del rectángulo por su parte más baja. Desde esta cenefa hasta el techo, ventanas abiertas producían una apertura que dominaba un paisaje verde que se extendía sin fin. Ella estaba sentaba en un trono en el centro de la estancia. Le rodeaban cuatro hombres. Uno de ellos vestía con túnica azul y una capa roja, su tez era blanca, los cabellos pelirrojos, soportaban una cofia redonda y alta, saliendo en su parte más alta unas puntas brillantes. El otro, de tez clara y barba blanca acabada en punta, vestía túnica amarilla brillante, a la altura de su barriga un lazo rosa le sujetaba con fuerza aquel descaro de grasa. Su cofia era entrelazada, blanca, descubría unas orejas grandes y amplias. En su derecha los otros dos cerrando aquel marco. Él más cercano a ella, vestía una capa azul entreabierta con grandes hombreras verdes de hilos dorados, debajo le asomaba un blusón rojo. La cara mostraba un tono cobrizo que contrastaba con cabellos marrones y barba rizada. Su sombrero era diferente, de ala ancha, redonda, con estrella de seis puntas en el frontal. El que se hallaba mas alejado vestía bata cerrada en verde y hombreras negras. Su rostro estaba borroso, como si una nube le cubriese, encima de su sombrero descansaba el Pez de los Ojos Verdes. La cara de Lucrecia era redonda, los ojos oscuros y hundidos, el cabello peinado hacia atrás rizado y marrón lo que ella lo recogía hacia la mitad de su espalda. Vestía de color blanco, una falda ancha y larga que solo permitía sobresalir unos zapatos de hebilla fina. Alrededor de sus senos se ajustaba el raso para resaltar su escuálido busto. Las mangas permitían ver unas manos delgadas y estrechas. Con la izquierda sujetaba un ser extraño, pequeño, con cabeza humana y cuerpo de león, que en su espalda soportaba dos alas. Ludovico se acercó hasta ella, yo espere detrás. Ambos nos inclinamos. Ella dejó libre al ser Alado que volando se posó en una silla a su costado. La Mirada comenzó a hablar: _Señora estot aquí, por que el río de la vida en su recorrido se ha encontrado con el Pez de los Ojos Verdes. Intercedo solicitando su colaboración. El Pez se agitó. Ella dijo: _Ludovico, conozco los servicios que has prestado a mi padre. ¿ Dime qué deseas?. _Señora, necesito el zumo tóxico. Ella movió su mano y dejando ver una piedra verde engarzada en su anillo. Movió luego la cabeza y dijo: _Tú sabes, que solo puedes utilizarlo cuando el terror no encuentra su fin. _Lo comprendo mi Señora y ese compromiso siempre lo he respetado. Ella mira a los cuatro que le rodean. Tres inclinaron su cabeza afirmativamente, el restante de cara borrosa no se inmuto. Lucrecia se volvió en dirección a la Mirada y dijo: _Ludovico, la CICUTA es para tu misión. Espero la realices con sabiduría... Mi padre esta contigo. El ser alado recogió el pote y lo deposito a los pies de Ludovico. Nos inclinamos. Ella habla: _¡Mis sabios anuncian el fin de la guerra!. La Mirada salió y le seguí escaleras abajo, en la charca seres desnudos de apariencia humana se precipitaban el liquido que contenía. Estaba desconcertado, en la carrera hacia la salida, intenté preguntarle a Él por los diferentes significados allí vistos. Me respondió a medias: _Elige solo una pregunta. _¿Quién es el extraño, mitad león, mitad humano, mitad pájaro qué acompaña a Lucrecia?. _Es Tessonis. _¡Qué!... Mi desconcierto iba en aumento, después de su respuesta parecía que debía comenzar de nuevo. Él me argumenta al ver mi desazón: _Él es león, porque su corazón debe ser fuerte ante el terror. Es humano, porque su origen es atlante y es pájaro para ser capaz de volar donde tú y yo no seamos capaces. Él acompaña a Lucrecia. Los cuatro sabios representan la conciencia, a veces son dominados por el terror que ejerce el Pez. Cuando estuvimos allí habrás observado que uno de ellos estaba oculto por su poder. Subimos a los caballos. ¿Qué recorrido nos esperaría en el regreso?. Atravesamos nuevamente la pradera, la puerta se elevó, fuera a lo lejos se veía nuestro sendero. El bosque se hizo impenetrable, era ya tarde cuando en un descampado encontramos una mole de piedra rectangular, alta, casi como diez hombres colocados uno encima del otro. El sendero nos dejaba en su portal también rectangular, que cerraba una reja formada por cuadrados abiertos. Los conté, eran 78 cuadrados de aproximadamente 22 cmts. de lado. Si mis calculos no fallaban aquello daba una altura de 2,97 metros. Nos apeamos y Ludovico empujó la pesada frontera de cuadros abriéndola de par en par. Dentro había una sala de techo altísimo que se alimentaba de luz a través de tres ventanas poderosas distribuidas en su lado izquierdo y otras tres en el derecho formando una composición en semicírculo. Al elevar la vista, cuatro vigas marrones sostenían el templete pintado en su totalidad en azul eléctrico, menos un rectángulo que tenía su base de tono verde. A los costados de la entrada se apostaban dos personas vestidas con túnicas rojas que les cubrían los pies presentando unas cofias del mismo tono. Uno de ellos se acerco y me entrego un vestido y un sombrero de ala ancha para Ludovico y otro para mi, se lo acerqué a la Mirada y nos vestimos. El aspecto me provocaba risa, me contuve y empecé a mirar la distribución del gran salón. En la parte frente a mí, la sala se abría en una U, con tres bancos verdes en cada cara donde en forma sucesiva se sentaban diecinueve personas. En la cara izquierda hacia la mitad sé partía la hilera con un asiento que estaba libre, el cual sobresalía en altura y al que se accedía desde delante por una escalera. La Mirada mediante una señal me indicó que ocupase el único sitio que estaba libre hacia la izquierda. Él por su parte atravesó la sala por el centro y subió por la escalera que permitía sentarse en el sitio más elevado. Allí le tenia justo en línea recta frente a mí. Era impresionante ver a todos allí sentados vestidos de rojo y sus sombreros negros de ala ancha. Volví a contarlos, sumaban veinte y uno. Le miré a Él en busca de una explicación, sentí: "esta es la reunión de los Caballeros de Sant Mauricio, los aquí presentes han sido reclutados en el Alto Egipto". Ludovico indicó con su mano a quien que se sentaba en mi izquierda, este se puso de pie y comenzó un parlamento: _Me llamo Ludovico Sforza, creo que debemos ayudar a la Mirada y su acompañante a regresar a través del sueño hipnótico. Nosotros sabemos que existe una fuerza que impide atravesar la montaña azul por la que han venido. De nosotros depende encontrar otro camino. Tomó asiento, Ludovico señaló a otro, este era más mayor, quizás un poco encorvado. Se irguió, su sombrero cubria un largo cabello, llevaba abundante barba y una nariz recta. Las pestañas las balanceaba como si intentase descubrir con más precisión su profunda mirada. Dijo: Soy Leonardo Da Vinci y opino que es posible utilizando una rueda hidráulica que impulsa el movimiento perpetuo. Se escuchó un murmullo de asombro por parte de los presentes, el encorvado había despertado nuestra curiosidad. Prosiguió: _Esta debería reunir tal... proportione quale-ha, il moto della forza djrinativa, tale ara la potétia della forza, djrivatina có quella della primjtiva. Cogió un lápiz e hizo un dibujo, y nos lo mostró. Logré ver una redonda con dos travesaños que le atravesaban. Comenzó a explicarlo: _En su parte alta deberá llevar unas muescas capaces de incardinarse con una rueda mas pequeña desde cuyo centro deberá partir un eje, en dirección a otra rueda con aspas que será donde deberá aplicarse la fuerza o energía principal. Los dos viajeros deberán estar atados en posición vertical sobre ambos travesaños de las dos ruedas mayores, de dos aparatos iguales. Hubo un silencio y prosiguió: _A la rueda con aspas se le debe aplicar una cantidad de energía que multiplique a través de las otras dos su fuerza permitiendo que la más grande -donde están los viajeros- genere un contenedor octogonal que perfore la pared del espacio tiempo. El individuo parecía tenerlo todo controlado, antes de sentarse agregó: _Esta energía, solo puede tener un origen hidráulico. Al utilizar la expresión -solo-, me desconcertó, miré en dirección de la Mirada, en sus ojos se reflejaba la frase de Leonardo -él movimiento de la fuerza primaria, con la fuerza derivada, genera la potencia de la fuerza-. Aunque lo entendía: ¿Donde podía existir tal potencia capaz de alimentar el ingenio descrito?. Ludovico señaló en dirección a otro, este se levantó de su asiento, era bajo, la melena le llegaba hasta los hombros, al presentarse descubrí que era mujer. _Soy Lucrecia Crivelli y propongo que montemos la rueda octogonal en la salida de la montaña azul, donde el río de la vida libera la energía en su lucha con el terror. En mi cabeza reboto aquel cauce nefasto que acabábamos de atravesar. Un murmullo de aprobación dio vía libre a la idea. Ludovico dio por concluida la reunión, comenzamos a salir, al llegar a la puerta, la Mirada saludó a Sforza, Il Moro, como le decían los allí presentes. Intente acercarme hasta Leonardo, pero Ludovico me arrastró de un brazo hacia las monturas. Fuimos izados hasta las dos ruedas, estaban colocadas fuera del cauce del río. Nos ataron las manos a la cintura y los pies en la rueda. Poco a poco nos fueron bajando hacia el cauce del agua. De lejos podía ver la indumentaria de la multitud en su rojo púrpura superpuesta al verde de la pradera. Apenas tocamos el agua, la velocidad de la corriente provoco que mi rueda comenzara a agitarse y girar enloquecida. Perdí el conocimiento, mis vómitos son lo último que recuerdo de aquel experimento. Una larga noche sé impuso. Al despertar lo primero en sentir fue la mano de Él presionado en la mía. Temía abrir mis ojos y encontrarme aún frente a la montaña azul, pero un resplandor tosco, inútil me hirió. Pude ver el jardín de su casa. Él me alcanzó un pote con un liquido traslucido que parecía agua. Cogí el zumo tóxico, me incorpore y lo metí en el bolsillo. Me dolían los huesos y el asco me recordaba aquel giro violento. Los vómitos manchaban mi camisa como una ofrenda a san Agustín. Eché a andar. Sentía frío, estaba débil y el estomago me recordaba mi imprudencia. Seguí la espalda del mayordomo. Al salir, le miré, esperaba dijese algo, pero cerró la puerta en mis narices. Estaba descompuesto, busque el coche, puse el motor en marcha, solo deseaba dormir varios días.
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