-Keola. –dijo una voz.
-Lehua! ¿Eres tú? –gritó él. Miró a su alrededor pero no pudo verla.
-Antes te vi pasar –respondió la voz-, pero no me podías oír. Rápido, coge las hojas y las hierbas. Vámonos de este lugar […]
¡Rápido! Las hojas y las hierbas, ¡antes de que mi padre regrese! (1)
En una guardería israelí, según un libro de actualidad, “los padres llegaban siempre tarde a recoger a sus hijos, lo que retrasaba, a su vez, el horario de salida de los profesores y responsables del centro. Estos decidieron entonces imponer multas de tres dólares a los padres que llegaran con retraso. […] El número de retrasos aumentó alarmantemente. […] Con ello, los padres creían pagada su deuda moral con el centro. Podían llegar tarde porque, al fin y al cabo, ya habían sido castigados por ello”. (2)
He decidido comenzar este artículo por dos ejemplos que nos hablan como gestionamos el tiempo y el cumplimento de una tarea. Este artículo surge de la fama de un libro que publicaron Levitt y Stephen J. Dubner, que demuestran que la economía, en el fondo, representa el estudio de los incentivos: el modo en que las personas obtienen lo que desean, o necesitan
especialmente, cuando otras personas desean o necesitan lo mismo.
No es mi propósito hablar de esta excelente obra, pero sí de la economía y sociedad de los incentivos. Siempre me ha intrigado el concepto de relaciones entre las personas y las cosas y los modelos ideológicos que desarrollamos. Por ello, mi primera aproximación -cuando joven- fue al Capital de Marx, quien construía una mirada a este fenómeno.
“¿Quisiera saber de un internado para mi hijo? Si le envió a nuestro país de origen (Ecuador) no creo que consiga que su abuelo consiga que le respete. Creo que aquí (España) cuesta muy caro, pero si alquilo una habitación podré obtener dinero para ese proyecto”. “Si me compré un piso ¿Por qué no puedo pagar su futuro? (3)
Los comportamientos de la mayoría de los emigrantes en España establecen una conexión entre esfuerzo y planificación de su futuro. La llegada de 4 millones de personas en los últimos 5 años ha dado un impulso a la ideología de los incentivos, que a su vez ha permitido que esta economía tenga un crecimiento ininterrumpido de 13 años. Me explico: este sector de la población trabaja intensamente para “labrarse un futuro más cómodo”. Alguno se dirá que también lo hace el español medio, ¡sí!, lo que sostengo es que esta masa de personas acentúa este compromiso global de la sociedad.
El investigador Gianni de Fabritis, de la Unidad de Investigación en Informática Biomédica del IMIM, ha desarrollado un programa informático que utiliza el procesador Cell de la consola PS3 para que su potencia de cálculo ponga en funcionamiento aplicaciones “para ver cómo interacciona o se acopla un fármaco con una proteína del organismo”. Este investigador afirma que “bastan cinco videoconsolas para hacer el trabajo de 100 procesadores normales”. Si, además, logramos que se conecten a Internet y se utilicen en horas muertas, podríamos multiplicar este proceso hasta 1000 videoconsolas en red. Este es otro aspecto a considerar: la economía del conocimiento se expande en un soporte virtual, en el cual el incentivo es “procesar bit” con el criterio de alterar el Know How desarrollándolo exponencialmente.
Otro autor en esta línea es Tim Harford (4) que afirma que en “la tupida red de relaciones, precios y decisiones se observa en los supermercados con los productos ecológicos “que cuestan más, pero […] permiten descubrir a los clientes con una actitud más indiferente con respecto al precio”. Esto permite elaborar una respuesta de precios y ofertas con consumidores de diferentes sensibilidades. Aquí el incentivo actúa en las empresas que reaccionan ante el consumo profundizando en su conocimiento para distinguir que productos y servicios estimula a su comprador.
En Venezuela, observamos un Estado que nada en abundancia de recursos y se convierte en acreedor de una sociedad que vive en el desabastecimiento. Si observamos la política de precios fijos de la cadena de tiendas Mercal creadas por Chávez con alimentos subsidiados, siempre están sus estanterías vacías. El economista José Manuel Puente considera que “el control de precios condena al consumidor a la escasez de alimentos y limita la producción”. Pero este control impide que los productores y toda la cadena de distribución trasladen los cambios en sus costes, esto desincentiva la eficiencia alterando la tasa de beneficios. ¿Y el consumidor? Acostumbrado a escoger entre diferentes alternativas, se encuentra ante la ausencia de productos y servicios. En un primer momento, padece estrés y luego reduce las expectativas por las que trabaja. Este sinsentido rompe la cadena de incentivos. En Cuba –donde este modelo está más avanzado- vemos una sociedad de la apatía. No se trabaja bien, pues es difícil traducir el esfuerzo en recompensa. La verdadera motivación es el robo al patrimonio del Estado.
Estamos cada vez más ante una economía de los comportamientos que condiciona la salud y el resultado de la sociedad. Las sociedades más ricas y flexibles serán aquellas donde los incentivos compensen el esfuerzo de hacer algo más que el simple hecho de subsistir. Tim Harford dirá al respecto que la pobreza del Tercer Mundo no siempre es posible explicarla por la corrupción o la educación, sino por la falta de incentivos. Un e-mail llegado esta mañana a mi buzón del blog incide en otro de estos aspectos: “Estoy buscando información sobre como funciona el Grameen Bank, como se financia su operación, como llegan a ser socios los deudores, pagan intereses?, aportan capital?, en general información para tratar de crear un Grameen Bank aquí en Colombia. Que apoyo dan para esto? Aquí en Colombia funciona un sistema financiero Usurero y destructivo que saca del mercado financiero a los deudores con capacidad de pago. Luego, la mayoría de la población pobre está por fuera del mercado financiero oficial y los que buscan dinero prestado caen en manos de prestamistas ilegales que son igual de usureros que el Gobierno del régimen corrupto que padecemos en este bello y rico país”.
(1)Pag 49. The Isle of voices. Robert Louis Stevenson
(2)Freakonomics, http://www.freakonomics.es/
(3)Hecho real que este autor ha escuchado, en una entrevista mantenida con una madre.
(4)Tim Harford, El economista camuflado. Temas de Hoy, Madrid, 2007
Hola Juan, después de mucho tiempo por acá. Este tema es interesante, maas aún cuando lo mezclas con el de los migrantes.
Siempre se dice que los peruanos que se van al extranjero a trabajar realizan oficios que en su propia patria no harían, y que estos compatriotas no se valoran lo suficiente. Esto tiene su cuota de verdad, de hecho hay un sacrificio inherente por parte del migrante con el propósito de conseguir algo, pero también tiene su cuota de falsedad. No es que el individuo no se valore a si mismo, al contrario, por que se valora y valora su trabajo es capáz de hacer casi cualquier cosa si sabe que será bien remunerado por ello. Podría hacer la misma labor en su país, cierto, pero no conseguiría la retribución que en otros países consigue.
Este tema da para más, pero el tiempo no. Un gusto pasar por aquí.
Publicado por: Juan Arellano | 27/02/07 en 21:12
Me alegro que estes bien. Ayer fui a comprar el pan cerca de mi casa (Barcelona) y la vendedora 1 era argentina y la 2 hablaba con una compradora en polaco, de los clientes uno era polaco, el otro arabe y dos españoles, de los cuales yo habia nacido en Argentina. La escena parecia surrealista. Pero era en un barrio normal, lo que da una pauta porque vienen emigrantes.
Publicado por: juan re | 28/02/07 en 9:18
es muy interesante
Publicado por: Ana | 14/03/07 en 16:34