Me desperté cerca de las 10. Estaba hecho un lío. La Palmira me había dejado sin información y no me quedaba mas remedio que volverme a casa. Me lave un poco y baje las escaleras. En recepción no había nadie y desde el comedor un ruido de platos me invitaba a entrar. Fui en aquella dirección, al entrar en la amplia sala, dos parroquianos de traje y corbata hablaban en voz muy baja.
“Buenos días”. El más regordete me miro y contesto. “Hace mucho calor”. No entendí aquella respuesta. Su camisa ajada y estrecha nadaba en agua. El otro levanto la taza y sorbió el café. Al sentarme, una mujer tranquila y espesa me puso un plato con dos huevos fritos y bacón. Luego fue a buscar una taza y me sirvió café, luego agarro una jarra e hizo el ademán de agregar leche, pero se detuvo al limite como esperando mi conformidad. Asentí con una leve inclinación. El líquido espeso y cauto fue estirándose hasta llegar al tope. “Es de cabra”. No le había preguntado, pero quizás al ver mis ojos, pensó la infeliz que aquello colmaba mi inquietud. Mientras se marchaba un enjambre de moscas planeo con fuerza en el líquido. Las aparte y me lleve la loza a los labios. Al levantar la vista mi mirada atravesó una ventana hasta dar con la foto-cuadro de mi padre. ¡Torpe de mi!. Mepuse de pie y me dirigí hasta allí. Sus ojos me miraban como la miel del bosque. Estuve un rato sin saber que hacer. De repente, sin pensarlo descolgué ese inmenso retrato y lo deposite en el suelo, lo gire un poco y mire detrás. Una letra retorcida y rojiza decía: Sauce Viejo 18. Con mis dedos intente borrar aquello y se deshizo cual frió térmico y astuto. Deje el retrato en su sitio volviendo hasta la mesa. Las moscas ya navegaban exhaustas dentro del líquido mientras algunas furiosas se apartaban unas a otras del manjar.
Definitivamente la leche de cabra o este pueblo eran la causa. Me puse de pie y fui en busca de la mujer. Había una puerta
que parecía dar a la parte trasera de la cocina y entre, lo primero que vi eran unos sacos de arpillera amontonados y encima recostada dormitaba aquella inútil ninfa. Le toque suavemente, pero no reacciono. Le empuje el hombro y despertó. Me miro. Le pregunte por Sauce Viejo 18. “Venga”. Su mano cogió la mía, transfiriendo una inusual corriente eléctrica entre ambos. Pasamos la cocina, hasta dar con una puerta. Abrió con llave un pesado portalón y al salir estábamos en la calle paralela a la entrada. Ella dijo:
-Ve aquella esquina. Siga por allí a la derecha casi hasta el final en que se corta por Sau. “¿Sauce?”. “Si”. “Quien vive allí”.
-Un señor de mucha edad. “¿Cuánta?”. “Mas de 100”. Me di la vuelta y ansioso atravesé los escasos 700 metros hasta dar con Sau. La calle solo tenía una acera y tres casas. La de la 18 observé que estaba con su puerta entreabierta. La empuje y fui a dar a un pequeño patio. Unas 30 ó 40 víboras colgaban boca abajo secándose al sol. Aparte algunas y di con una puerta. Golpee. Nadie respondía. ¿Qué hacer?. El viento empujaba aquellas alimañas resecas por encima de mi cabeza logrando producir una sensación de claustrofobia que me impelía a atravesar aquella puerta. Tire hacia dentro. Una habitación larga y sedienta con un olor extraño se dirigió a mí. En una reposera un viejo tiznado, con sombrero de ala y vestido con corbata y traje negro me miraba. Dije:
-Hola.
-Le estaba esperando -contesto. Tome asiento joven. ¿Que le trae por aquí?.
-Soy el hijo de Cardenas y quisiera saber que fue de mi padre.
-Recuerdo que le enterré una tarde de mucho frió. Cave la fosa de dos metros con esmero, el cajón era de pino de Oxaca. Llevaba un traje gris con una corbata oscura. Sus zapatos estaban cubiertos con polvo cercano a las casas del río. Estaba cagado y olía fuerte. Su bigote llevaba gusto a dulce y pan frito. Le abrí la boca y vi que le habían quitado la dentadura de oro que tanta fama le había dado.
¿Asistió alguien a su entierro?.
-Solo una mujer joven, rellena, envuelta en tul y con las botas cubiertas con tierra del río. Un sombrero pesado le tapaba media cara. Daba sensación de estar loca de amor o de odio. Al retirarse, el vaivén de sus caderas hablaba de interés por lo que dejaba el muerto.
-¿Como puede saber esto ultimo?.
-Tanto como que se, que Vd. aprieta las nalgas por unas hemorroides mal curadas. O que su pelo es rebelde de la angustia de no saber porque esta aquí. Es simple observación. Es mi oficio.
¿Sabe dónde esta enterrado?.
-En el Cementerio. Conforme entra y pasa tres tumbas una losa de granito gris al abrigo del miedo le delata.
-¿Hubo algo mas que le llamara la atención?.
-Si. Los dos agujeros del pecho. Calibre del 38, de pistola larga y antigua de comienzos del siglo.
-¿Quiere decir que le asesinaron?.
-Eso lo sabe todo el mundo. A los dos años de llegar, me visito una noche cerca de las tres. Recuerdo que me dijo:
-Me quieren matar.
-¿Quien? –fue mi pregunta.
-La deuda con el matarife me ha obligado a estrangular a varios –dijo enigmático. No fui capaz de obtener una sola palabra más. Se quedo unas horas, bebimos tequila de heno y se marcho.
-¿Quien es el mas rico del pueblo?.
-La viuda.
-¿La del entierro de mi padre?.
-Si. ¿Donde vive?. Al final de la antigua arboleda cerca del curso del río antes que este se secara. Pero… tenga cuidado, ella vive con un hombre escuálido, lento e impreciso para beber tequila pero muy rápido con la daga. Es de piel cobriza, de pies del 44, con 1.60 de altura y suele llevar un sombrero negro de ala corta y vuelta para atrás en la parte delantera. Su frente es amplia y despejada y mira desde dos vejigas azules que le han incrustado los genes de los Patricio.
-¿Los Patricio?.
-Una antigua familia que vive en la calle Compromiso, 10. ¿Ha comido ya?.
-Mire la hora, eran las 2. Estaba confuso, parecía que había llegado hace unos minutos. Respondí que no. El se puso de pie y se dirigió hasta una mesa. Aquel cuadrado tenía una lámpara que colgaba justo encima de ella. Puso una madera ennegrecida en el centro y dos cuchillos de alpaca largos, desgastados hasta dejar ver una hoja estrecha y arisca. Salio fuera y regreso con una víbora reseca, la apoyo en la tabla y corto aquello en trozos rectangulares. Puso dos vasos pequeños y una botella de tequila de heno. Se sentó y me invito a seguirle. Dijo:
-Este tequila –mientras servia en los vasos- lo destilábamos del heno que crecía abundante en nuestros campos antes de que se secara el río y apareciera este viento encabritado.
-¿Y la carne reseca?.
-Es costumbre de la comarca cogerlas vivas a las serpientes y colgarlas boca abajo hasta que se mueren. Luego el viento y la sal que le ponemos nos la dejan preparadas y al gusto.
-¿Cuanto tiempo las dejan colgadas?
-Dos o tres meses. Me acerque un trozo a la boca. Era recio, con sabor seco y salado. Al tragar su carne se desmenuzaba como un pedazo de cuero correoso e infame. Me explicó que le debíamos empujar hacia dentro con tequila.
Al salir de allí la cabeza me daba vueltas y las piernas parecían dos canguros que rebotaban enloquecidos. Llegue a la posada empujado por esa fiebre y la boca seca y agria. Al entrar el gordo ya ocupaba su sitio. Me acerque hasta el y pregunte:
-¿Tiene agua?. Me acompaño hasta un aseo y metí la cabeza bajo el chorro de liquido. Dije: “¿Qué hacen por la noche en este pueblo?”.
-Van todos a apostar a las peleas de gallos. “¿Me despierta a las 10?. Creo que iré a ese sitio.
-Vale.
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