“Así envían a la guerra a soldados reclutados de todas partes, principalmente de entre los zapoletas. Este pueblo dista quinientos mil pasos de Utopía, mirando hacia el sol saliente, hórrido, agreste, feroz, prefieren los bosques y las ásperas montañas en que se han criado. Gente dura, soportadora del calor, del frío y de la fatiga, ajena a cualquier delicadeza, no dada a la agricultura y despreocupada tanto de las viviendas como del vestido, se ocupan únicamente de los animales. Viven en gran parte de la caza y de la rapiña. Nacidos sólo para la guerra, cuya ocasión de hacer buscan con afán, encontrada, la abrazan ansiosamente; partidos en gran número, se ofrecen a sí mismos por bajo precio a cualquiera que busca soldados. Solo han conocido este oficio de la vida, por el que se busca la muerte”.(1)
Para quienes le conocen desde el año 75, la raza de los zapoletas esta imbricada en la sociedad civil que les admira y detesta pero les confiere el estatus de un oficio desaparecido en nuestra sociedad con la muerte del dictador; a saber: “oficio de la vida, por el que se busca la muerte”. Una extraña profesión puesta en marcha el 18 de julio del 36 para instaurar el estado franquista por un General, que los zapoletas exprimen hasta sus últimos días.
Este espantajo de pólvora, adiestramiento, pistola, chantaje y credo progresista se anida y retuerce cual cadáver en una sociedad que no se atreve a extirparle. A lo sumo intenta pactar en secreto con la contrapartida ideológica de “evitar más muertes”. Pero los zapoletas se animan ante el gesto, su única función y merito es el nivel de rapiña que son capaces de obtener en la mesa y mantel que le ofrecen en privado.
¿Pero es posible otra mirada?
Tal vez, la cínica paciencia de lo civil como valor, frente al oficio de la vida por el que busca la muerte. O, decidirse a: expulsarles de mediadores de la nación, de la fuerza, de la guerra.
(1)Utopía, libro segundo. Tomás Moro, pag. 154,155. Ed. Zero. Año 1980 Ilustracion_rosario_mateo
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