El sábado por la tarde me invitaron a la casa de un matrimonio amigo; su hijo pequeño de tan solo 20 días era el ritual que nos unía. El domingo por la mañana, un familiar me avisó que la madre de un alumno -de 50 años- se había desplomado a la hora del desayuno dejando a la familia sus recuerdos.
En este fin de semana, el sino de la vida se empecinaba en mostrar el tránsito tan distante entre dos latidos. Si Vd., lector, ha llegado hasta aquí, convendrá conmigo que el placer de vivir está tan inmerso en el presente, que: ¿quizás?, es una consecuencia de la conciencia que amasamos en esta sociedad, fruto de esta salud biótica que nos lleva a vivir tantos años. La prolongación de la vida -hasta los límites de los 80 o 90 años- nos ha dotado de un material vital. Es en este punto, que podemos inferir, esas intrahistorias sucesivas de diferentes momentos e intercambios, donde el amor o el sentimiento juegan una partida extraña, indescifrable, dolorosa o alegre.
¿Quién no recuerda el primer momento de la ducha de uno de sus hijos? O el suave injerto de beso y timidez del primer amor: ¿O la entrevista de trabajo? O aquel partido de fútbol con el equipo contrario en el que los principales espectadores eran nuestros progenitores?
Esta sucesión de metáforas sentimentales se unen produciendo –si Vd. me acepta- matices de dolor u optimismo. Es aquella primera nevada sumada al último verano. O aquel riachuelo, que no se doblega, a pesar de ver nuestra sorpresa al introducir nuestro pie en el líquido, fresco y calmo. Es vivir. Es quien nos pone, cada día ante el reto del aburrimiento o la creatividad.
Cuando asistimos a situaciones de nacimiento o muerte, por alguna mezquina razón, salimos de allí: ¡prometiéndonos que seremos más alegres y vitales!, ¡que no dejaremos ni un instante de amar y ser amados!
El largo e intenso fin de semana lo concluiría jugando al bingo. “Los cartones eran de animales y cada vez que cantaban la bola, debíamos identificar un sonido que emitía un animal diferente. A continuación, cada participante debía identificar el sonido con la imagen del cartón.”
Un bingo sencillo. Tan ecuánime al repartir su suerte como el río de la vida. Tan audaz como el soplo de cariño que une a dos o más personas. Tan gráfico como el niño que visite y la encantadora mujer que fui a despedir.
Lucas: Bienvenido a la vida. 20 días
Montserrat: Bienvenida a su nueva vida. 50 años