“La ave esta desmejorada”. Hace unos días un amigo me susurro al oído esta extraña frase. Tuve la intención de preguntarle, pero una tercera persona se interpuso entre nosotros. Al llegar a casa en el trasiego de la cena, este zumbido no paraba de molestar. Cuando serían las 11, decidí acercarme hasta el estudio; allí me deje llevar como un extraño perdido en un bosque crepuscular y ateo.
Primero fui a dar a una estantería deslizando mi mano hasta dar con Dante. En su Divina Comedia nos dice:
“Vexilla regis prodeunt inferni”.
Según Virgilio, esta frase nos explica por qué el diablo se encuentra desilusionado y Dios se encuentra a salvo cuando se imaginaba perdido. Pero no hablaremos de Dios, sí quizás del diablo y la maldad.
Al enfrentarnos al espíritu del mal desde una perspectiva moderna, le incluimos en la contra cara del idealismo. Difícil enfrentarnos a este aspecto, máxime cuando los medios de comunicación nos lo explican y cuentan diariamente. En los telediarios le sitúan en la página de sucesos. Si debiéramos resumirlo en una frase, diríamos que es una síntesis de las acciones que desbordan la bondad. Esta parte inaccesible pero punible de la vida diaria, crea una estadística. En el debate de hace unos días entre Zapatero/Rajoy, ambos mencionaban la cifra de 1200 asesinatos –diría uno, u 800 asesinatos –diría el otro. Ambas radiografías nos muestran una fría y banal acción. Alrededor de 1000 personas encuentran su fin ante la locura del mal. ¿Es un mal o una enfermedad?
El avance del psicoanálisis ha permitido considerar un elemento, la angustia del individuo. Podríamos decir que su personalidad -la del psicópata- transfiere hacia otros el castigo.
La neurosis del Leviatán moderno tiene uno de sus orígenes en la cambiante y obsesiva atmosfera repetitiva del mono -que late en nuestro interior- pero estalla al definirse como humano.
Podríamos decir también que las reglas sociales deprimen a determinados individuos que han sido educados en la discriminación familiar. El 0.5% de los menores catalanes están tutelados por la Generalitat. Una cifra bastante alta que nos muestra la aspereza y soledad de nuestra sociedad.
Un autor conocido como James Joyce nos dirá en Ulises:
“El ataúd se zambulló perdiéndose de vista, dejado resbalar por los hombres, con las piernas abiertas en las tablas de alrededor de la tumba. Se incorporaron con fatiga y se retiraron y todos se descubrieron. […] Pausa.
Si de repente todos fuéramos alguien diferente. Muy lejos rebuznó un burro. Lluvia. No hay tal burro. Nunca se ve uno muerto, dicen”.
Este segundo elemento que nos aporta el texto, nos acerca un poco mas a la identidad violenta. Casi podríamos establecer una relación entre la falta de expectativas y el límite vital que se antoja cercano y sin brillo de los actores del mal –los reclusos o los enfermos psíquicos. La mayoría de estos personajes cargan consigo una desilusión por vivir. Es para decirlo, su brevedad vital forma parte de su personal historia tanto familiar como sentimental.
Queda algo más por decir… Con fabula o no, el espíritu del mal es una imagen católica antigua que pervive en nosotros. La voluptuosidad, el deseo, el pecado, la violación de una regla conviven de tal manera que cualquier infortunio nos sitúa en una posición de inferioridad. Constituye una pesada tarea liberarse de esta conciencia del mal sin que ello nos arrastre a habitar la casa de los espíritus sin ley.
Tanto el deseo del mal como la sencilla y austera conciencia del final físico son un balance difícil de acompañar, sin considerar además que nuestro espíritu animal late por debajo de las capas de cultura y socialización.
¿Pero es posible vivir sin el mal?
Ardua tarea, quizás una ilusión perdida de los pacifistas que ignoran las fuerzas temibles que bullen en nuestro interior.
Dedico este artículo a Enrique VIII