Hace un tiempo un amigo alemán, afincado en la cerrada y apacible villa de Vilafranca me contaría una anécdota, que de ser cierta impresionaba: “hace un año al terminar una de aquellas pesadas reuniones de empresa en Alemania, decidí ir hasta un parque y saltarme una alambrada. Al final de una suave planicie, pastaba un toro. Cual seria mi sorpresa, que se abalanzo hacia mí y preso del pánico no pude más que quedarme quieto. Su poder y frescura en la estampida, se detuvo a un escaso metro y se entretuvo en mirarme un largo rato. Sus ojos de carbón me veían el alma y yo la suya. Al tiempo se alejo manso y me repuse del calambre, para salir de aquel rectángulo”
Cruel final hubiera encontrado mi amigo, pero nada diferente, seria si le hubiera acertado con sus cuernos, del espectáculo que nos pasan por la tele cuando hay una corrida. Pero, el animal le perdono la vida. Esta unión entre el hombre y el animal, tan místico en la historia española, nos lleva a considerar como un ser nos puede actuar cual espejo. Deberíamos decir, que la naturaleza de este animal, que es considerado bravo, reside en su habilidad de encarar con fuerza y no distinguir más que un bulto que le acecha. En el espectáculo de estos días de un ex ministro aficionado a la caza, podemos ver lo contrario. En su afición, diríamos que el piensa: “yo le acecho y cuando el bulto se mueve le abato para garantizar mi ego. Luego voy alrededor de la partida de innecesarios asesinatos y me hago la foto de rigor”.
Todo excelente, sino fuera por que el ex ministro era de Justicia. Es decir el señor que vela entre otras cosas, de las desequilibradas partidas de caza (o asesinatos), que los humanos cometemos y por ello nos envían a la cárcel. En la cual –por cierto- nos recoge un juez para decidir los castigos. ¡Cruel destino!. El otro participe era un…
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