“Una suave brisa daba de canto esta mañana. Aun no había llegado el verano, pero la llamarada del pan y chocolate agotado la tarde anterior hacía presagiar un comienzo de mes difícil”.
La orgullosa clase media española tragaba saliva, ante el desencanto de un gobierno de marketing y envuelto continuamente en una polémica detrás de la otra. Ya la corrupción descubierta por un juez idolatra y político estaba lejos de las elecciones gallegas y vascas. Pero en esta carrera desenfrenada por obtener un favor del esquivo votante, ya estábamos instalados en las elecciones europeas de junio. La milonga se antojaba torpe y antigua, debían ganar un nuevo pulpito, no era posible que la crisis les pillase en la renuncia o el incierto presentimiento que los votantes le viesen agotados.
Para ello la sidra y el pastel, deberían estar entregados en casa de las masas, de los ciudadanos. No se podía tolerar este estado difuso, que planeaba en la opinión pública, en la que ellos no tenían la receta de una economía, muerta y exhausta. Ellos, que habían llegado con el paradigma de “cambiar el modelo de crecimiento”. Ellos, los reformistas. Los que estaban entregados a un cambio de los patrones modelados por la cultura hedonista del Aznarismo.
“Los 14 padres y madres, reunidos alrededor de una mesa, echaban peste del 11 M y el barroquismo sediento de justificaciones de Aznar. Era sábado, al día siguiente se levantarían e irían a votar, para darle una patada en el culo al autor de la inseguridad de estos días. El partido en el poder –PP- sería enviado por el retrete al infame castigo del desierto sediento y triste, de la oposición a un líder nuevo, frágil y manipulador, que surgiría en este 2004. Solo quedaba una duda. Una espesa y marcada maleza situada en el bolsillo. Todos los allí reunidos, eran dueños de una hipoteca y un rosario de tarjetas que acomodaban su futuro. ¿Podría la izquierda gestionar la economía tan bien como este chusco de líder llamado Aznar?”.
No, no era creíble que este desastre elaborado por una crisis internacional nos dejara en la cuneta. Nosotros como gobierno, estábamos al quite. No podíamos dejar que el paro trepara hasta más allá de los 4 millones. Debíamos resistir y ser positivos. Había llegado el momento de demostrar que la izquierda era capaz de administrar sin deuda el patrimonio y la economía. Luego quizás vendría el cambio de modelo. Si lo hacíamos bien, los votantes nos perdonarían haber pasado un quinquenio sin propuestas de futuro. Ahora, estábamos agazapados en esta leche de crisis, pero esto iba a cambiar.
“Pedro, se metió en la cola del paro. Tenía 50. Había pasado la del 92/93. En aquella época enviaba 11 currículos a la semana. Pero esta vez pintaba feo, con su edad quien le daría trabajo por quince años más. El pensaba que la solución, esta vez debía ser radical para los de su edad. Rebajar las cotizaciones a cero, subir el IVA, apoyar a los emprendedores que se alejaran de los sectores de la construcción, hostelería y les contratasen a ellos. Si -a ellos, los que tenían aun hijos e hipoteca a cargo”.
El sol se estaba retirando. La vice aparto de si las gafas. Este verano no iría a Vilanova. Buscaría alguna calita alejada. Con lo que estaba cayendo ni siquiera ella tenía su trabajo asegurado. Antes de agosto, las europeas que pintaban feas le darían la pauta. El presi estaba nervioso y no daba con una línea política clara. El surménage de las gallegas le había estropeado los planes. Solo el fango de la corrupción, la prensa amiga y el miedo visceral de la izquierda a los cambios… en la economía, le podían dar un plus. Giro la cabeza, intento dormitar, la lánguida primavera que se iniciaba estaba cargada de odio e insensatez. El otoño tan lejano y promiscuo tendría nuevos ministros. ¿Estaría ella allí?.
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