Casi siempre están asociados. En las antiguas películas de Hollywood la forja de un millonario va unida a un pecado de individualismo, de tacañería o a veces de frío dominio sobre su familia.
El clan de los Kennedy es un ejemplo. Su fundador Joseph, comerciando con el alcohol prohibido hizo una fortuna. Dejaría en manos de Rose, que ella estableciera los valores del clan. Todo fue bien hasta que la política amplio el escenario de esta aguda familia. Dos asesinatos y un extraño accidente se cebaron con los varones. Un tercero John- John –el vástago predilecto equivocaría el rumbo en una avioneta cerca del mar.
Una generación de coctel, rosas y prestigio, trabaría alianzas para dar a EEUU la ilusión de Camelot. Pero todo fue un trágico sueño. Después del año 63, y a finales de 1968 con la muerte de Robert Kennedy, el barro, la charca, el agua densa del Mekong llevaría a esta orgullosa sociedad hasta un sediento y ambicioso político traidor y burlón. Nixon había perdido en las elecciones contra John Kennedy, al llegar al poder cerraría el circulo.
De fango, de ambición, pero un periodo ilustre y creativo como jamás hemos visto. Por citar un ejemplo, aun recordamos el Woodstock del 69. Por citar otro, nos criamos con unas ganas tremendas que Vietnam derrotara al poli.
Aun existe material de dichos sueños para vivir otros tantos años. ¿Quiere ello decir que la historia se ha detenido?.
No. El dinero y la astucia preparan bastantes sorpresas.
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