“Al lado mismo del Castell Santangelo, en una hilera de edificios antiguos,
uno llegaba hasta una pared que disimulaba un agujero de una persona. Te introducías
por ella y una infinidad de habitaciones abandonadas estaban allí para dormir
gratis. Corría el año 74. Tenia por compañero a L. y tres africanos”.
Llegue a Barcelona con 18 años y durante 2 años vague extraviado por Inglaterra, Francia, Italia y Grecia. De este periodo casi no he hablado. Termina en México, en una gran urbe done las diferencias entre una clase social y otra eran abismales.
Hablar de la búsqueda personal, es tal vez decir que los escenarios no
importan, ni siquiera las anécdotas.
Importa un sentimiento poco elaborado de insatisfacción, que le mantiene a uno apartado del foco de los seres normalizados. Los que desayunan a una hora, se lavan y se marchan felices o insatisfechos a la búsqueda de una actividad que les da su ser social.
Aquellos que estamos o estábamos en esa extraña ruta, variamos cada día desde la oportuna caza de la subsistencia a aceptar invitaciones insólitas que se suman una tras otra. En ello, el cambio de ciudad o país es parte de dicho sentimiento. Hoy nos acostamos en una casa diferente, o un ínfimo espacio prestado. Mañana descubrimos un paisaje que nos mantiene hasta caer la tarde. Luego el trotamundos se descuelga en otra carretera o sobresale de un camión hasta altas horas.
En ese devenir, nada calma la sed de amor, ni de ausencia familiar.
Pero, cada estación esta poblada de seres extraños, normales o extraordinarios. En Roma Termini, su espectáculo por la noche lo dominan a los descarriados o a los chaperos.
Pero si uno trepa a un camión, a las cuatro de la mañana puede acabar en un Hospital, por algo tan entupido que los imaginarios seres que van delante -uno de ellos jugando con una pistola le ha dado al otro en la pierna. Si uno compra una sandia y se dispone a comerla, en pleno centro de Atenas, su robo le acerca a las mafias sencillas que viven del engaño de los turistas y nacionales. Si uno baja en la estación de tren de Bulgaria, por la noche en su alrededor bulle un mundo de seres, que resisten al fin de época de su comunismo monótono e hipócrita.
El viajero que no espera más que sensaciones para calmar su extravío, nunca acaba de sentirse satisfecho.
Fuera acecha el mundo
que los seres normales ven en la televisión. Pero nada es igual que el canal
Hoolywood. La realidad es más indecente y posee menos acción trepidante. La repetición sucesiva de la maldad o el
miedo, en la vida real es más lenta.
Pero, puestos en esta carretera, uno debe ir en busca de ella con el fin de saciar su… extravío
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