Podemos aniquilar su espíritu. Y regresa. Ni el viento evaporado de grasa y maldad que azota cada tarde en este vacío. Ni él se aparta. Es –como le diré a Ud. Un pedernal seco que vemos frente al porche en que me encuentro, estrecho, de madera y rutina. Uno se apoya en un sillón hambriento, de esparto y almohada. Uno ve un cielo largo, diesel, azul y malvado. Es en ese momento cuando yo le recuerdo. A aquel sentimiento, maternal.
Aparecerán quizás sus hermanos, mis abuelos. La risa fría de los tíos, de sus familiares. Un golpe seco –hacia el año 1900, partirá dos países, dos mundos. Hasta un idioma reemplazara otro y un tercero y sucesivo se hará hueco.
En verano la lluvia que se ve desde este refugio, provoca un barrizal que amaga meterse dentro. Son pocos días, luego se mete el invierno –hasta los huesos. Y brotan recuerdos de ella. De su orgullo, el cual planea hasta ahogarme. Nada está –si Ud. me permite, mas presente que la tulipa y la luz de nuestra cuna. Nada es, más fuerte que aquel mito que nos trae a la vida y nos aguanta, hasta alejarse.
Este rellano, es mi casa. Comprada en el 80. Es el espacio que me ayuda. A oler ese suave vapor de las próximas lluvias. ¿Serán tan fuertes?. ¿O el calentamiento de la madre Tierra, les quitara de la pesada siesta?. Debo decir, que la vista del paisaje se apaga. Las nubes están encima, cargadas de chispa. Los rayos espantan a los que viven en la ondulada serpiente que baja a 500 metros hacia delante.
Ha comenzado a llover. Las gotas pegan en mi mano. He estirado mi brazo izquierdo fuera del techo ondulado, de cinc. De plata sin piedras, ni esmeraldas propias. La soledad es un estado monótono, la cual le invade, a aquel que se ha separado de la pesadilla materna. Llueve y su fuerza empuja, golpea, la cara de los seres que pueblan esta ciénaga. Siento como la atmosfera, descarga una electricidad que corroe este salón cuáquero y amargo. Dejare, una vez y ¿ultima?, que la pena medre. Ya.
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