Dice Octavio Paz en su obra, Sor Juana Inés de la Cruz que: “la Congregación de la Purísima era una cofradía que reunía a las personalidades más influyentes (del Virreinato ) de la Nueva España. Estaba dirigida por nueve sacerdotes de la Compañía (de Jesús). […] La autoridad suprema era el prefecto. Cada martes se reunían los congregantes. Se comenzaba con rezos, después seguía un examen de conciencia, a cuyo término el prefecto impartía una lección”.(1)
El prefecto era el sacerdote Núñez de Miranda, que además, era calificador de la de la Inquisición en su tarea en el Santo Oficio. En el tema que nos interesa, además era el confesor particular de la poetisa Sor Juana Inés. Nos encontramos en el siglo XVII en México.
Son los últimos años de la vida de esta monja, que ha roto con los convencionalismos de su tiempo, al dedicar durante veinticinco años a escribir más sobre lo profano que de lo sagrado.
Octavio Paz nos permite también considerar como es la mentalidad de un religioso con poder “se azotaba […] y los golpes eran tan recios y propinados tan sin piedad que se oían fuera del aposento, causando lástima y compasión a los que los escuchaban”.(2)
Dicho esto, la renuncia de Sor Juana a su actividad profana, viene dada por la pérdida de apoyos en los círculos oficiales del poder laico y la presión de sacerdotes -como el citado, además del arzobispo de México, Aguiar y Seijas.
Diría su confesor al respecto: “es menester mortificarla para que no se mortifique mucho, yéndola a la mano, en sus penitencias porque no pierda la salud y se inhabilite”.(3)
¿Drama humano?. ¿Insolencia del poder religioso?.
Tal vez una mezcla de elementos. La inteligencia moral de la Compañía de Jesús que está representada en estos dos sacerdotes, intenta doblegar la sutil independencia intelectual de Sor Juana. He preferido no abusar del concepto de mujer. Es la propia libertad de un individuo –hombre o mujer, opuesto a la perversidad moral. Los castigos corporales que la Congregación se aplica sobre sí misma como norma, acentúan la maldad… frente a la diferencia.
Pero el suave argumento que le llevara a la pérdida de sus privilegios, con respecto al poder ideológico de la Iglesia, la encontramos, en una publicación suya: “la Carta Atenagórica”*, allí sugiere Sor Juana, que la necesidad de correspondencia del amor de Cristo por parte de los humanos, nace del libre albedrío, puesto que el amar a Dios “es el sumo bien del hombre y esto no puede ser sin que el hombre quiera”.(4)
Sor Juana anuncia la separación del “Yo que piensa, de Dios”, que aparecerá con Descartes.
Y esto, estimado lector, al poder religioso, no le agradaba.
(1)pág. 583 Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. Octavio Paz, Seix Barral Editores, año 1982.
(2)Pág. 586. Obra citada
(3)pág. 596 Obra citada
(4)pág. 517 Obra citada
*Carta Atenagórica de la madre Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa de velo y coro en el muy religioso convento de San Jerónimo.
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