_¿Dónde estamos?
_En la base de Morón –mi General.
_¿Por qué?
_En Ezeiza ha habido un tiroteo y hay muchos muertos y heridos -dijo Lopecito(1). El General frunció el seño. Le acompañaron hasta una salita donde pasaría quince horas hasta ser trasladado a su Residencia. Una vez acomodado en un sillón, despacho con su ayudante. Este resumió lo que había pasado:
_Mi General, han intentado los de la JP copar el palco y hemos repelido el ataque. Hay muchos muertos. Debería Ud. hablarle al pueblo pidiendo calma.
_¿La gente ya se ha ido a su casa?
_Si, esta todo controlado. “Me parece que ha sido un retorno desafortunado”, fue el comentario del viejo líder.
_Mi General. ¡Perón vuelve! –insistiría Lopecito. Una sonrisa picara escapo del Viejo. Su ojo más cerrado dio uno suave latigazo. Él sabía, que aquel gesto tan común, le vendía de cara a sus camaradas. Viéndole tan cerca, se observaba su piel de la cara, arrugada y antigua, la cual ponía en evidencia su fragilidad extrema. Fuera, en aquella compleja sociedad, un volcán la arrasaba. La mayoría poseía una imagen diferente del General, le presentaba como un líder dispuesto a reformar y establecer –casi- el paraíso en la tierra. Pero, desde su frustrado retorno de 1964, habían pasado muchos años. El estaba acostumbrado a una sociedad plagada de mitos. Sus consignas “Perón cumple, Evita dignifica”, eran un recuerdo, o quizás una antigua mentira, sostenida durante sus gobiernos del periodo 43/55. Aunque en la realidad, su eje fuera un continuo intercambio de favores. Entre él y su pueblo. De las masas que accedían a ser ciudadanos, y del gobernante que exprimía un carisma. Él exigía un diálogo directo con la totalidad de la sociedad. Este encanto del ¡si padrecito!. Del profano sentimiento de los descamisados. De quienes pensaban que su Dios residía en el Olimpo y podían acomodarle a sus íntimos deseos. Este sentimiento, ya se había roto. La sociedad que le esperaba al salir de Morón –aquel junio de 1973, era terca, estaba dividida y tenía una gran necesidad de cambio. Pero, el baño de sangre había comenzado.
(1)Sobrenombre despectivo que utilizaba Perón para López Rega, secretario personal, participe de la Logia P-2, ministro de Bienestar Social y fundador de la Triple A, que asesinaría en el período 1973/74 a 2.500 personas.
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