Incendio. Es difícil de
sobrellevar ante tanta litera-atura bien elaborada.
Pero no se apure, un momento
de salida hacia otra encrucijada se produce en cualquier instante. Luego
atolondrados, nos imaginamos que aquello que vendrá, es más profundo y
gratificante que lo vivido. Aunque no es así, ni lo pasado era bueno ni el
futuro excelente.
Tan
solo es tan un recibo a cuenta de los años que quedan.
La felicidad es, amarga y
ligera como aquellas mayonesas de régimen. Una vez repuesta la ración,
imaginamos que tendremos un próximo encuentro, pero ¡mas le vale!, que prepare
el cuerpo ante tanta ausencia de ese alocado paraíso.
¿Es tal vez un bocado
irregular y perverso?. Si nos animamos, salimos tras aquella naturaleza que
imaginamos, en tromba. ¡Viles!. Con una carcasa de pollo pegada a la espalda.
Somos un caldo. Somos acuarela de aprendiz, rellena de demasiada agua y
colorete. Pero a nuestros amados, o nuestras amadas les arrastramos con nervio.
A un cochecito de feria, a un caballo alquilado y triste, a un juego de montaña
rusa, terca y ruidosa.
Y así nos va. Alejados de la
vergüenza del espectador medio, varados en la sangre, en el fuego. Como un buen
dotado torero, quien raspa con sus faldas el olor y agua del cuerpo de su
amado. Hasta que la fiesta obliga a uno, a matarle al otro. Y… se acaba.
Amigos: ¿Dejamos un cuerno o un
desprecio?.
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