En esta notable ciudad en los años 70, aún recuerdo que sus ciudadanos se dejaban llevar por una Rambla central en dirección al puerto. Era un ombligo, caracterizado por ser el núcleo de una ciudad que no había despertado. En dicho espacio, sus vecinos eran participes de un intercambio de teatralidad de las diferentes clases sociales. El ejemplo más claro es su opera lírica -el Liceo. Este teatro atraía hasta esa zona infinita del Barrio Chino a la burguesía de blancos y atávicos mensajes. Habría que recordar que hablamos de los comienzos de la democracia, y en el interior de este grupo social, aun algunos se resistían a la muerte del paquidermo franquista.
La Rambla de dicha época, era un espacio creado para la ciudad, sin más miedo que el desconocimiento del mundo y el olvido surrealista que tenían de ella los tour operadores. Si intentábamos en invierno, caminar en sentido contrario, desde el Puerto hacia la montaña, inmersos en un frio goloso y débil, la ciudad nos mostraría la mezcla de progres, carteristas y prostitutas que se unían cual chicle en el cemento, sin más orden que la impuesta por la Policía Nacional (los canallas grises).
La Barcelona Olímpica
A comienzos de 1990, este escenario se rompió. Estallo tal vez por desidia o esmero de sus habitantes. Les atrajo el oropel de la fanfarria olímpica. Se pusieron con esmero a ensanchar sus aceras, abrir sus calles, dejar correr Rambla abajo a estatuas de sal mezcladas con turistas de pecado y ritmo.
Dicho esto, hace unos días me llego una extraña invitación de boda. El enlace civil era a 200 metros de la figura ceniza de Colon. Llegado el día me puse mi ropa elegante, y acompañado de mi esposa decidimos detenernos al final de la Rambla, en un bar que le decían el Universal. En su interior, sus camareros acomodaban a los grupos de turistas que en ráfagas bebían cola o cerveza. El lavabo reunía una corte de nacionalidades tercas y afables que deseaban saber cómo era la Ciudad de los Prodigios. En ese bar, en los años 70, un puñado de amigos, tomábamos sol en su terraza. A todos nos unía un duende golfo. Extremo, dominante, lleno de papel de caramelo y marihuana marroquí, si alguien nos preguntaba, la respuesta era de clase: ¡somos neo-hippies!.
De tan notable cambio pasados treinta años, dan fe las mismas prostitutas o las jóvenes del sexo venidas del Este que dan amor y letrina por 60 Euros. O, el cadáver abandonado de la ceguera franquista.
Todo lo demás es literatura o turismo de encanto olímpico.
Guía secreta:
Escoja la Rambla desde la Plaza Cataluña en dirección al Puerto. Primero pase por café Zurich, luego el Café La Ópera, para pasar por el London Bar o el Pastis. Al final El Universal y antes la Plaza Real, capital de los quinquis y cementerio de los antiguos progres enganchados por la droga y nacidos en Pedralbes.
Solo nos queda un antiguo tugurio- jardín -La Floresta. , le será difícil acceder a ella. Este pueblo se ha escondido en la maleza verde y autentica de las metrópolis que lo arrasan todo pero se olvidan de matar su corazón. Hasta este pueblo, no ha llegado el fervor de la gran ciudad que ha cristalizado en parque temático.
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