Si miramos hacia el origen del Universo, antes deberíamos hablar de Descartes y su ruptura. Según este filósofo existían tres sustancias: Dios, el Yo que piensa y la naturaleza. La primera era perfecta y de ella dependían las otras dos. En el Yo que piensa, comenzaría un largo recorrido de la razón. El tercer elemento en cuestión, la naturaleza sería para este filósofo una maquina perfecta. Han pasado varios siglos de aquello y la sustancia de Dios se ha empequeñecido hasta ser un deseo en algunas cabezas humanas, pero necesaria y eficiente para iluminar la soledad. Entre la razón y la naturaleza observamos como en los siglos transcurridos, se ha producido una relación de amor y muerte, en la cual la razón iluminada por la fría ambición humana ha derribado casi todas las fronteras.
Pero, aún sigue estando Dios.
En un libro interesante de Timothy Ferris “La aventura del universo”, su autor desvela pausadamente las fases conocidas hasta llegar al Big Bang. Para Ferris entre el paso vigésimo séptimo y el quincuagesimoprimero (10 elevado a la 35), que es hasta donde podemos conocer “puede haber habido un breve período, más arriba del paso cuadragésimo, en el cual el universo se expandió mucho más rápidamente que en tiempos posteriores. Durante esta época inflacionaria, el universo habría estado vacío, con toda su materia y energía latentes devoradas por el vacío en rápida expansión. No habría habido nada espectacular (¡ninguna estructura material en absoluto!) aparte del vacío mismo, con sus campos en despliegue cargados de potencial pero desprovistos de objetos tangibles”(1)
Allí: ¡ya no estaba Dios!, solo las leyes de la física dispuestas a alardear de sus infinitas combinaciones.
Pero, sigue en nuestra cabeza la pregunta ¿y quién creo el vacío? Podríamos afirmar que este espacio está “satisfecho” . Es una sopa, donde en “el vacío cuántico, […] es un océano agitado, del cual constantemente emergen, y en el cual constantemente se sumergen, partículas virtuales”(2).
Más allá, solo nos atrevemos a decir: Dios. Pero es una fábula que los monos humanos (3) utilizamos, para describir como diría John A. Wheeler(4), que: “el espacio es un continuo”.
Notas:
J. A. Whweeler: fórum y respuestas
(1) ) pág 283 del libro citado. Editorial Crítica
(2) pág 289 del libro citado. Editorial Crítica