Partimos hacia Hamburgo hacia el mediodía, íbamos en coche, a través de carreteras locales. Me
acompañaba un Eichmann de aspecto serio. Desde luego las cosas no marchaban bien para los nazis.
La aviación aliada bombardeaba amplias zonas del país y esto dificultaba el transporte de tropas, de
alimentos, de gasolina. Ellos confiaban en un arma secreta que cambiaría el curso de la guerra.
Al llegar a la ciudad, serian cerca de las 4 de la tarde, se veía muy animada, parecía que las dificultades
no habían llegado aún .
Les acompañe hasta el cuartel de la Gestapo, allí me presentaron varios generales, estaba Himmler entre ellos.
Me intrigó que decían podía ser el sucesor de Hitler, de nombre Erhard Milch, lugarteniente de Goering. Este a
pesar de ser un víbora, me transmitía una ambigüedad que no podía explicar. Algo me decía que en su interior
latía una tortuga. En el mismo edificio me instalaron en una habitación desde donde se divisaba la ciudad.
Intentaba ordenar mis ideas, sé movían alocadamente, repitiéndose ( Hitler, su adusta figura, su oferta, el
manuscrito ). Pero lo que más me sobrecogía, era verle entre las cuerdas y al borde de la derrota. Pero el muy
canalla no pensaba en su fin sino en el de los demás. Mi relación con el dictador me empujaba a revisar una y
otra vez la situación intentando entrar en sus pensamientos, pero me encontraba ante un ser esquivo e
inclasificable. Había llegado a la conclusión que la grandeza de este hombre consistía en la capacidad para
improvisar el futuro . Para él, su presente constituía el teatro de operaciones de una batalla que libraba desde
la Atlántida. ¿Cuál era el secreto de su fuerza?. ¿El Libro tal vez?. ¿Su genio?. ¿El Pez que le señalaba las
visiones que él en su paranoia interpretaba?. ¿La confianza de saber que el Despotismo Asiático como forma
de gobierno ya había dominado en otras etapas de la historia?. Y el Libro: ¿qué contenía?; ¿era su información
una ayuda o una guía para él?. ¿O quizás el Libro era su prisionero?.
Un golpe me asusto, era el pez de los Ojos Verdes que había entrado en mi habitación, sobrevoló la cama, se
sumergió en su ciénaga volviendo a salir. Llevaba en su boca un trozo de pan. ¿Que intentaba decirme?. De
golpe se trago el mendrugo y de un salto atravesó la ventana. Pasaron unos minutos y alguien golpeo en mi
puerta, eran las seis de la tarde (puntualidad germana pensé). Venían a recogerme para ir al estadio donde Él
hablaría. Entramos por un lateral del campo. Una columna soportaba dos hojas que al abrirse daban a un
pasillo, hacia el final sé encontraba un salón . El sitio estaba animado, generales, civiles. ¡Vamos!. La elite de
la Alemania nazi. Del techo colgaban banderolas en rojo y azul con la svástica gravada en el centro. Las mesas
de comida y bebida se llenaban un amplio espacio de aquel gran salón. ¡Comida por fin: me dije a mí mismo.
Desde que habíamos salido no había probado bocado, rápidamente me lancé hacia las mesas a reponerme. El
ruido era ensordecedor, todos intuían que era una de aquellas tardes en que el Furher iba a despacharse con
un buen discurso. Aún no había visto el interior del Estadio, observe que a través de los ventanales
oscurecía ... Se habían olvidado de mi, ¡tanto mejor!, estaba un poco fatigado de la presión de estos jodidos
nazis. De entre el gentío salió un oficial acercándose para pedirme que le acompañara. Juntos recorrimos un
largo pasillo que daba a un palco. El Estadio era impresionante. Líneas de personas de uniforme y banderas
prolijamente ordenados se enfrentaban a una tribuna. en el centro de ella, una tarima con
muchos micrófonos dejaba percibir la grandeza del sitio donde Hitler desarrollaba un acto seductor y violento
a la vez. Los focos gigantescos se desplazaban continuamente por encima de la muchedumbre. Mi palco se
hallaba a escasos metros de donde hablaría El. Salude a Goering, me presento a varios jerarcas, un poco más
lejos vi a Eichmann. Los Generales cuchicheaban entre sí, golpeaban con sus botas el suelo y seguían con
entusiasmo la acrobacia que en el foso describían las tropas que aun buscaban su sitio asignado. Según mis
cálculos me hallaba en la tercera fila, a mí lado se sentaba Himmler y a mi derecha Adolf Galland , de quien me
habían informado era un Jefe de la Luftwaffe: el más famoso de los aviadores y condecorado con la Cruz de
Hierro por haber comandado la escuadrilla que destruyó Gernika -decían ellos con orgullo-. Galland era rubio,
de ojos claros, muy joven. No paraba de gesticular y gritar ante todo lo que veía. Hablamos muy poco en la
concentración, la única vez que se giró y dijo algo fue una frase
enigmática:
_El pan ha desaparecido dentro del Pez, él destruirá el mundo. Cuando intenté responder, Galland ya
aplaudia a rabiar nuevamente. La tropa se agitó como una ola, los jerarcas se pusieron de pie, las banderolas
estallaron ante la presion de la brisa que las palmas de los presentes batían con rabia. La ovación, el
estruendo estalló al ver que desde el fondo avanzaba por un pasillo central una silueta pequeña. Los focos le
alumbraban. Él se desplazaba muy despacio, conocía el guión, cual sabio que mezcla la formula para que
estalle de jubilo la muchedumbre. Demoro más de diez minutos en llegar al estrado. Haciendo gala de un
dominio frío de la histeria que le rodeaba se detuvo frente a los micrófonos, espero unos minutos. Los de mi
palco se sentaron, en ese momento atronaron unos aviones que nos sobrevolaban. Hacia calor pero un viento
suave mecía las banderas Todos esperaban su palabra, él se retenía aumentando la ansiedad de los
convocados. Hieratico, con un leve gesto de su barbilla exclamó:
_¡Camaradas!. Estamos aquí para festejar otro Aniversario del III Reich. Su voz era ronca, parecía un
latigazo. Sus palabras se juntaban unas con otras no dejándome escapar a su influjo. Sus brazos sé
agitaban y sus manos ampulosas señalaban a la muchedumbre apoyando a sus palabras como un acento. El
III Reich es la verdadera patria alemana que se enfrenta a quienes quieren destruirla. Sobre su cabeza el Pez
proyectaba una luz negra que iluminaba el Estadio y me provocaba nauseas. "Hoy quiero hablar del sacrificio
que aun nos queda por realizar. Debemos enviar a nuestros hijos al frente para acabar con la guerra. Debemos
presentar voluntariamente a a nuestros menores de 14 años en los centros de acogida para que ellos den el
último esfuerzo para vencer". La masa enardecida gritaba:
_¡ Si ! ¡ Si !.
Ante ellos el Furher exigía:
_He tenido un sueño. He visto en el a un pequeño que me reemplazaba en la lucha, el cubría mi espalda, el
gritaba que por nuestra adorada patria iría al frente. Este sueño camaradas, debemos hacerlo realidad hoy.
"Ellos, (prosiguió) serán capaces de ocupar nuestro sitio y serán mejores que nosotros, porque representan a
la nueva sociedad". Hitler se balanceaba , en cada gesto exigía el sacrificio. Era quien pedía un ultimo
esfuerzo, para intentar cambiar el curso de la contienda. La muchedumbre alocada respondía. "¡ si !". La
maquinaria nazi estaba dispuesta a quemar la última reserva de la sociedad. Jóvenes inexpertos irían al frente,
con un equipaje de canciones y un fusil. El Furher avanzaba en su plan despótico. Mi asco aumentaba. La
lucha se comía el futuro de Alemania mientras yo debía transportar el oro que los nazis preparaban para su
huida. La burla teatral añadía pan al fuego. Me giré hacia el Jefe de la Gestapo y le pregunté:
_¿Irán muchos jóvenes al frente?.
Al mirarme, sus ojos estaban inyectados, contestó:
_No son jóvenes, son soldados alemanes. Serán millones –agregaría con cierto cinismo. Su respuesta me
sobrecogía. Ante mi desconcierto el remachó:
_El III Reich va a ganar a nuevos soldados alemanes. Con ellos y una nueva arma que tenemos, lograremos la
paz. La gente aplaudía, Hitler saludaba brazo en alto y recorría con su mirada la muchedumbre. Unos
segundos y se retiró por una puerta que aparecía al final de la tarima. Los generales poco a poco hicieron lo
mismo. Eichmann se acercó hasta mí posición, venia acompañado, me dijo:
_Le presento a Hanns su futuro adjunto.
Estreche su mano, intercambiamos un Heil. Vestía un uniforme de coronel de las SS, en su sombrero la
calavera y las tibias cruzadas sobresalían con brillo amenazador. Salimos por un pasillo en dirección a una
puerta falsa, subimos al coche y desde allí nos dirigimos en dirección al puerto. Mientras nos alejábamos, en
los alrededores del Estadio la gente plegaba sus banderas, grupos de personas montaban en camiones que
les esperaban. Frialdad germana, mientras volaban mis pensamientos, al cruzar unos jardines recordaba con
nostalgia a Buenos Aires. Hacia casi un mes que había salido. Era de noche, tal vez las 2 de la madrugada
cuando por fin subíamos al submarino. El oro lo habían cargado en cinco partes distribuidos en cada nave. Y
también varias obras de arte, la pasión secreta de Goering, según ellos decían. Me asignaron un pequeño
camarote casi al final, al lado del cuarto de las máquinas. Viajábamos solo de noche, durante el día debíamos
esperar sumergidos en el fondo para evitar ser detectados. Me informaron que el viaje duraría 30 días. El cruce
del Canal de la Mancha seria el más peligroso.
Los alemanes han recuperado el orgullo, les he dado una ilusión para vivir. ¿Qué les pide a
cambio su Furher?. Tan solo sacrificar el 10 o el 20 % de la población que no desea trabajar, que es
holgazana, que es judía. Les pido que de la escoria, nos ocupemos nosotros. Mi pueblo sabe que a los
indeseables les llevaremos a su verdadero lugar: la esclavitud. Ellos trabajarán para nosotros, ellos harán las
tareas más peligrosas. Serán el gasto, el esfuerzo que necesita toda sociedad para progresa. Los alemanes
tendrán su tranquilidad, su trabajo, En su casa, su coche, sus ciudades limpias. A los jóvenes debemos
educarles en la lucha. La escoria no es capaz de hacer la guerra . Nosotros somos capaces de defendernos,
nosotros poseemos la fuerza para derrotar y someter a los demás pueblos. Solo existe un derecho, el de los
alemanes a ser sus propios dueños. La escoria aprenderá a trabajar o deberá morir: ¡ morirá trabajando!. A
medida que vayamos sometiendo a los demás pueblos inferiores, les sumaremos al ejército de trabajo. El
futuro muestra a Alemania sobre Europa. Seremos los reyes. Hace años pensaban que estaba loco, nadie
deseaba escuchar, poco a poco los alemanes me han dado la razón. Estaban ciegos, sordos por la influencia
judía. Yo les he liberado, ahora están felices al descubrir el nuevo orden.
“No obtendrás la refundación de la Atlántida sino eres capaz de encontrar la Biblioteca de Alejandría.
Ludovico tu sabes que los Borgia hemos pecado y nos hemos apartado de la Luz. No está en nuestras manos,
posiblemente este en Oriente o en España. Pasarán muchos años antes que el reino de la Libertad pueda
establecerse.
_¡ Mírame!. Yo, Alejandro VI, el Gran Borgia, me he transformado en un hábil político que solo persigue el
poder y la gloria de la familia. No esperes de mi parte más protección para realizar tus planes. Tú eres capaz de
ver el futuro, tú eres quien debe mantener la unión con la Atlántida. Tú me pides que use mi poder para el bien
del pueblo. No es posible ellos no conocen cual es la diferencia entre el pan y la cultura. Mi Estado depende
tan solo de Dios y de mi Curia. Yo represento le represento. ¿Tú sabes cual es el secreto de la Eucaristía?.
Pues bien, que todos crean que existe, ese es su secreto”. Se levantó del trono y arrastrando su pesada
barriga, levantó las manos hacia el cielo como un poseso gritando:
_¡Cuerpo de Cristo sálvame!. Sus gestos evocaban aparatosamente el momento en que la hostia entraba
en su boca. Se volvió hacia mí. Una carcajada dejo ver su sentido histórico. Un chasquido de su lengua me
alertó que su discurso continuaba:
_Mientras existan quienes piensen que la vida terrenal nos lleva al Mas Allá, siempre estará la Curia.
Pero esta necesita de alguien que la contenga y señale su destino. Los reyes sucumbirán, pero no nosotros:
¡ existimos porque ellos creen que nuestro ejercicio les salvará !. ¡Y nuestro ejercicio es para
ellos la santidad!. A cambio los placeres, lo mundano, el juego del poder es lo que nos ayuda a soportar está
carga. A mis dilectos hijos les he enseñado una máxima:
" Lucha hasta el fin, y de tus medios utiliza todos aquellos que te conduzcan a la victoria". Se sirvió una
copa de vino, su garganta seca embravecida y hosca dio paso para continuar el monólogo:
_El placer es solo para los poderosos. Tu pretendes, que mi poder sirva para redimir a los débiles. ¡Jamas!.
Aun no estoy dispuesto a esa locura. Yo utilizó mi gobierno para aumentar mi riqueza y con ello el poder de mi
Estado. La fuerza se basa en la capacidad de ejercer la brutalidad. Es la violencia y el poder de corromper, de
comprar. El dinero permite que nadie se niegue a ser poseído, y sino es posible lo material, para ello está el
dominio de lo espiritual. ¡El sentimiento domina y esclaviza para siempre!.
_¿Cuál es tu precio Ludovico ...?. Caro amico, has llegado hasta aquí para recordarme que mi poder es
blanco y que debo ejercerlo con lealtad. Si no seré desposeído. Nuestros pactos están rotos. Para ti Ludovico
y para tus amigos perseguís algo que no es mundano: nadie acepta instaurar el Edén donde ya ha existido
Eros o el Terror. Te queda por recorrer bastante camino Ludovico. No puedo ver tu futuro, tampoco me esta
permitido debo confesarlo, pero me interesa tanto como a ti. Te propongo cancelar mi deuda con vosotros.
_¿ Cómo? –Ludovico pregunto rompiendo el silencio al que se había sometido por respeto.
_¿Si yo te cuento el secreto de la Atlántida, tu me dejarás seguir disfrutando de mi reino?. Ludovico con aire
descreído prefirió seguir su juego:
_Si eres capaz de describir su origen, y la persona que te lo transfirió, podríamos llegar a un acuerdo.
_Ves, ¡ ya he descubierto tu precio! –la sonrisa del Borgia acentúo una complicidad que molestaba. El juego
del poder –prosigio- y la venganza nos ha unido. Voy ha calmar la sed que te acompaña y con ella la de tu
Dios protector. El secreto de la Atlántida me liberará de la presión que ejerce la búsqueda de la sabiduría.
Debes saber que no existe acontecimiento mundano mas alegre y seductor que ser Príncipe. Se acerco hacia
mi y extendió su mano para que besase el anillo de Papa. Me incline puse mis labios sobre el trono de Pedro.
Un brutal olor a ajo trepo por mis fosas nasales. El retiró su manto de seda y camino hacia el sillón intentando
sentarse.
Le ungimos Papa, el 11 de Agosto de 1492, creíamos que con su temple, su fuerza interior dominaría
el centro de Italia y nos permitiría acercarnos al secreto de la Atlántida. Yo fui su defensor. Este
hombre redondo, de nariz alargada con cabeza de huevo y mirada mortecina, venido de Valencia, era
un hábil político que nos permitiría ganar tiempo. El día de su coronación la gente decía de Él: “Roma ha hecho
grande a un Cesar y ahora eleva audazmente a Alejandro a la cumbre”. “¡ Aquel fue un hombre este es un
Dios!”. Para asegurar su elección distribuimos varios pares de mulas cargadas de oro entregadas a distintos
cardenales. Desde hacia tiempo el trono de Roma estaba fuera de nuestro control. No es que pensáramos que
fuese necesario, pero creíamos o al menos algunas informaciones nos decían que este Borgia estaba en poder
del secreto que buscábamos. Nuestra convicción no se basaba en hechos reales, pensábamos que presumía
de la verdad. Con mis hermanos, luego de intensos debates, dispusimos de nuestro apoyo con el objetivo de
coronarle. La fama que le precedía de dado al buen vivir, sus orgías, los hijos probablemente vendidos al
terror. Todos estos factores y la division de opiniones entre nosotros, nos producían gran desconfianza. En
mi caso tal vez creía que Alejandro aun poseía un pozo de cordura. Los años de reinado posteriores,
generaron un distanciamiento entre nosotros. Y en El lo que es peor la quiebra la fe. En este breve balance se
encontraba mi espíritu: el gran Ludovico, frente a su trono recordándole que su poder se agotaba y que debía
cumplir lo pactado. Y este nuevo Dios me respondía cual aventurero ebrio de poder:
_¡ Dejadme hacer !. Vosotros ya obtendréis vuestro objetivo. ¡ El precio es ... !. Yo asentía una y otra vez, El
no entendía que la traición, la ruptura de un pacto solo podía ser lavada con la muerte.
El submarino era estrecho. Mi cama se encontraba al lado de los depósitos de torpedos, durante el día
dormía en mi sitio otro marinero. Desde mi puesto, ¡de pura dinamita!, se podía llegar luego de atravesar una
puerta pequeña a la sala de máquinas. Había momentos en que un ruido infernal se instalaba en mi cabeza. En
la sala contigua trabajaban 5 operarios turnándose con otros cada 12 horas, un poco más adelante al pasar
otra puerta aparecía un pasillo largo que unía el despacho del capitán con la posición donde me encontraba.
Este largo embudo permitía llegar hasta el comedor con su cocina a un costado y más delante la sala de
navegación. En este sitio se hallaba el radar, el timón , el periscopio y la salida al exterior. Según el capitán
atravesar el Canal de la Mancha nos llevaría aproximadamente 6 horas. Dos días después repostamos
gasolina y comida en Canarias. El gobierno de Franco aún colaboraba, pero su interés por complacer a los
americanos cada día se acentuaba, a esa política le llamaban neutralidad activa, lo que para los alemanes no
dejaba de ser un eufemismo que les sacaba de quicio. Hacia tiempo que no recibía noticias de Buenos
Aires, ni tan siquiera de Salvat. Me había sido imposible apartarme de los alemanes, menos de mi nuevo
ayudante y en esta lata de sardina les veía hasta en la sopa. Sus chistes cargados de intenciones, su olor
continuo que era hasta
pegajoso. No entendía como podían convivir en tan reducido espacio sin la dosis de pelea y discusión diaria.
La disciplina era un remedio elegante para la tropa. Suponía que en Buenos Aires todo marcharía bien, antes
de mi salida de Hamburgo me habían entregado dos mensajes de Ella. El primero decía:
_¡Cuídate, todos estamos bien!. El segundo refería:
_Tu padre ha enfermado, probablemente sea ingresado. Este ultimo, me intrigaba. ¿A quién se referían al
nombrar a mi progenitor? . ¿Anunciaban el fin del nazismo?. O ¿quizás de Hitler?. Está advertencia solo podía
provenir de la Mirada que Habla, ¿tal vez Ella hacia de intermediario?. Seguramente Ludovico buscaba
tranquilizarme dentro del aislamiento a que estaba sometido. Entre nosotros el término ser ingresado suponía
que el fin del régimen se acercaba, yo cumplía en tomar nota de lo que ocurría en el descalabro aleman.
Los tortuga considerábamos la muerte como una enfermedad, no entendemos el fin de lo físico, para
nosotros el espíritu, la Luz, es eterna. Mutamos nuestra estructura biológica. La mental une los
diferentes tiempos fisicos. Por ello el cuidado de la Luz la encargábamos a los Hombres Rata. Su
actividad, su fuerza física, su capacidad que les permite moverse y engañar es la adecuada para estos fines. Esta
actividad es la que ha impedido hasta nuestros días que Tessonis se apoderase y pusiera fin a la Luz. El fin del Furher
se presentía por su fracaso en la captura de lo eterno, todo el edificio de su despotismo es un intento por construir lo
eterno entre los humanos.
Llegamos al puerto de Montevideo, con casi 5 días de retraso sobre lo previsto. Ella me hizo llegar a través de
un Mensaje, el sitio exacto donde deberíamos dejar el cargamento: un escueto “en la Dársena C”. Desde allí
seria transportado hasta el Banco Central del país, a cambio nos seria entregado un documento que
garantizaba el ingreso a nombre de una persona por nosotros elegida. Eichmann monto en cólera, él intuía –
con razón- una jugada del gobierno del General. Consulto mi opinión. Le propuse descargar en Uruguay, cerca
del puerto de Montevideo, allí poseía un almacén de mi propiedad. Bajo mis ordenes, su ayudante y un equipo
designado por ellos de custodia, traspasaríamos el cargamento a camiones que trasladarían la carga por
carretera y luego en barca a través de provincias vecinas hasta otro almacén cercano a Buenos Aires que
nadie conocía y usábamos en el banco como tapadera de operaciones. Solo sabrían de la dirección del sitio,
su ayudante y yo. Todos los demás colaboradores debían desaparecer incluidos los
conductores de los vehículos. Una vez allí le entregaría a su ayudante las garantías convenidas entre
nosotros. Sus ojos brillaban. Se limito a contestar:
_¿Y el General?.
_¿Si a Ud. le parece bien le daríamos el 5 % del cargamento? –respondo esperando ver su reacción. El apoya
su espalda en una platina del disparador de los torpedos y pregunta:
_¿Lo aceptará?. La cara traslúcida del nazi asomaba por encima de su futuro y el de su régimen. En ese
momento la historia de asesinatos o servilismo nada pintaba ante dos persona metidas en un cubo de hojalata
hundido en el mar.
_El no conocerá donde se halla escondido, -argumenté. Movió sus labios, pasando la lengua por encima de
ellos y dejó escapar:
_Tengo ordenes de no predisponernos mal con el General, el Furher desea tener buenas relaciones.
_Y las tendrá. Volví a presionarle: la forma de no tener problemas con Él, es no permitir que se quede con el
control del oro. Eichmann dudaba, temía que el salirse del guión le ocasionase problemas. Intervine
nuevamente:
_A partir de nuestra salida de Alemania este cargamento es propiedad de una compañía suiza, aunque el
transporte sea en un submarino de su país. Si no logramos que esto sea creíble, los servicios secretos
americanos estarán detrás nuestro hasta dar con el cargamento. Sin ir más lejos los hombres de El son capaces
de avisarles. Eichmann se giró, dio ordenes para que se preparara un grupo de hombres. El pensaba en el
equipo que colaboraría en la misión. Dije:
_General si Ud. no es capaz de matar luego a estos soldados, tendré que hacerlo personalmente. Su mirada se
cargo de un cierto desdén y respondió acido:
_Ud no se preocupe, entre mi ayudante y yo cumpliremos con nuestro trabajo. Para Ud. Le corresponden los
transportistas.
La noche era ya cerrada cuando los camiones entraban en el almacén, el cargamento había sido
colocado en unas cajas de madera de 1 mt. x 1 mt., en el lateral llevaba el símbolo de la Alemania nazi
marcado en negro. Intentamos quitarlo, pero desaparecía y volvía a marcarse nuevamente. La magia se
imponía –pensé-. Eichmann en un gesto conciliador sonreía ante la inutilidad de la tarea. Busqué 5 cajas de
madera y pinte en el lateral una nube –algo debían de llevar-, las acerque hasta las originales, las abrimos para
traspasar la mercancía. Él brillo de los lingotes de oro alteraba el sueño de mis ayudantes. Trasvasamos uno a
uno, al concluir cerramos con clavos sus bordes. Repase de nuevo los laterales por curiosidad y el símbolo
nazi había desistido de su protagonismo, estaba allí la nube solitaria y tosca .
Di orden que depositaran las nuevas cajas en el primer piso, allí dentro había una habitación que tenia
una puerta acorazada y unos muros de cemento y plomo. El oro pesaba una enormidad, la tarea nos implico
durante cinco horas de trabajo sin descanso. Pensaba en estos hombres que no intuían su muerte. Este
almacén figuraba a nombre de Ismael, en el antiguamente habíamos depositado las entregas de sombreros
que llegaban de parte de los Salvat.
Al concluir la operación pasamos a otra habitación en la misma planta, serian las 4:30 Hs. de la
madrugada. Extendí los contratos a nombre de la sociedad suiza. Firmo Eichmann con su nuevo
nombre argentino. El detalle incluia las 50 Tn. de oro y una lista de las obras de arte de pintores conocidos. En
otro contrato se fijaban las condiciones: un 7 % para mi banco ( del cual debía depositar en Suiza para El y
Ella el 5 % siempre que aceptasen el acuerdo ) . Por último un tercer acuerdo, establecía las entregas a cuenta,
como debían ser realizadas, quién las debía autorizar y la lista de los libros de la Biblioteca de Alejandría. ¡ Allí
aparecia casi al final!:
el Libro del Saber. Este contrato lo firmamos tanto el cómo yo en ambos lados, unas pequeñas unas gotas de
sangre sellaron el ritual. Cumplíamos con ello el dicho que establecía: “las deudas se pagan con dinero o con
sangre”. Le notaba algo inquieto: ¿que deseaba decirme?. Con voz bronca comentó:
_Martín, ahora posee parte de nuestras reservas, de ellas depende su vida y su interés por este negocio. Está
escrito, que ese día llegara solo cuando posea la Biblioteca. Este es nuestro mejor reaseguro de su
compromiso con este pacto. Se produjo un silencio. Entre nosotros planeo por encima de su cabeza el Pez de
los Ojos Verdes. Me observaba, su boca se entreabría y su mueca altiva y sanguinaria dejaba ver el Libro que
tanto anhelaba. Extendí mi mano a Eichmann y apunte en voz muy baja:
_Vuestro final se halla cercano, pero no así nuestro pacto: desde todos los tiempos, la brisa nos permite
escuchar el sonido del sufrimiento. Vendrá el día en que el libro de la lista lo intercambiaré por vuestra materia.
¡Ese día se liberará nuestro espíritu!.
El General sonrió cínicamente, apretó su mano con fuerza, la sentí fría , dura , seca , áspera. Se apartó
secamente y comenzó a descender las escaleras. El iba delante, mientras bajábamos veía su nuca, en ella el
Pez se movía enloquecido en su aura. El Libro se abría y mostraba una hoja, allí una cita sobresalía: Arturo P,
es el nombre de quien ayudara a liberar el espíritu.
Al cerrar la puerta, no podía creerlo, ¡en mis manos estaba la lista!.
Llegue al banco cerca de las 6 de la mañana, encontré a mi ayudante en un rincón dormido sobre el sofá, le
golpeé el hombro y se despertó sobresaltado. Me abrazó y se apartó al ver que tenia compañía. En el fondo de
la habitación estaba de pie una persona rubia, alta, ágil, de ojos claros y agudos. Le dije a Ismael:
_Te presento a Hanns, trabajará con nosotros los próximos años. Tu eres mi mano derecha, el será mi
izquierda. Asintió, se retiró unos metros en diagonal y le miró, luego fue a saludarle. El intentaba encontrar el
fondo del personaje que acababa de conocer, pero todo era pétreo y áspero. Ordené:
_Llévale a sus habitaciones, es una nueva casa cruzando esta calle. Es aquel piso comprado el año pasado,
que permite se vea el Obelisco. “Ah”. “Mañana hablaremos”. Antes de salir, Ismael se dirigió a mí para
decirme:
_Martín, te han invitado mañana por la tarde a tomar café en casa de tu amigo.
_¡Ah!. Vale. Os podéis ir. La Mirada necesitaba verme. Me recosté en un sillón, me cubrí con una manta. f
fuera comenzaba a llover intensamente. Debía ordenar mis ideas, los próximos días debía enfrentarme a Ella y
el General. Debía estar seguro de lo que diría sobre el cargamento. Ellos dominaban el país, y no iban a
aceptar que un puñado de nazis y un monje les hiciesen desaparecer 50 Tn. de oro delante de sus narices.
Me despertó un golpe en mi lado, era mi ayudante que preparaba café. Le pregunté:
_¿Qué hora es?.
_Las 10 de la mañana.
Me levanté y caminé hacia el lavabo y orine; me miré los ojos al espejo, estaban vidriosos. Mi barba de
días me delataba . Mi cabello estaba hecho un asco, tenia la camisa arrugada y la americana parecía un
acordeón . Ismael se acerco y dijo:
_He hecho venir al barbero, ¿si te apetece te afeitara y cortara el cabello?.
_De acuerdo –respondí. Me senté en una silla, me coloco una bata blanca, y me afeito y recorto el cabello.
Del fondo venia un suave aroma café.