Cada año por compromiso familiar asisto a una reunión. Entre los invitados siempre saludo a siete mujeres y un hombre. Son las etruscas. Ud. se preguntara porque este sobrenombre, pero debo confesar que no es posible desvelar su origen. Pero con el acompañante -el séptimo masculino, la liturgia es un saludo al comienzo y la despedida al final. En un lustro, no he logrado intercambiar con él otra palabra que las citadas. Ayer una noticia me sorprendió, me avisaron que había fallecido. Este artículo hubiera terminado aquí, sino fuera porque quedan las siete mujeres.
Y de eso se trata. De hablar, de la solitaria pastilla de níquel y cadmio, que algunos hombres mantenemos en la relación con las féminas. En este caso, las etruscas, se presentan cada año, como agradables y solventes féminas, que son capaces de influir y comunicar. El lobo solitario les acompaña y mantiene su abstinencia durante las tres horas de la fanfarria. Luego, el cadalso y la neurona hacen su fiesta.
¿Pero que intento decir?.
Tal vez, que no solo era un hombre quien observaba, sino dos. Este autor, con el cabello estirado y mustio, no lograba entender aquella solicitud de féminas tan limpias, agradables y simpáticas, en contraposición al silencio generado en el séptimo.
Pero este segundo que observaba, era a la vez participe de la mudanza del vértice masculino de la fiesta, a la temible -para nosotros- agenda que imponen ellas. A saber: ropa, afectos, pasado reciente, niños y un desarrollo, de innumerables subtemas.
Que este compañero visual se haya marchado y las etruscas vengan el próximo año solas a la fiesta, no dice más que lo sabido. La esfera femenina cruza el Ebro y luego se apropia hasta de la sal. Y nos es tan solo un desencanto machista. La igualdad no pasa de ser un equilibrio entre los apetitos, las insinuaciones o medias verdades que circulan entre el mundo femenino y masculino.
¿Qué nos ocurre cuando ellas son mayoría?. Es: agua, bisutería de mercado de pueblo, ajo, y un comezón e inseguridad ante dicho mundo, que visto con los ojos de un ser masculino, los hombres… van plegando con el paso de los años.
Deberíamos superar el bochorno, de participar del ascenso de su interacción social, pero también de la desigualdad a que están sometidas, porque la cabeza masculina aun no se percata de la riqueza de intercambiar algo más que amores y sexo. Y ellas, hacen como si ese mundo de pantalón y barba, aun se resista a matricularse en su orbita.
Pero es que, mientras mas pincho el hueso, mas aparece mi incomodidad ante las abejas reinas. ¿Se esta acabando un mundo de certezas masculinas?. Si. Lo siento amigos, en algunos entornos cerrados vamos desapareciendo, y ellas asumen dicha perdida -en su discurso, como un paso en la liberación. Aquel que crea que ambos mundos se integran, vive en la ilusión. Los valores masculinos se hunden y los femeninos se reafirman. ¡Zas!.
¿Me he quitado esa incomodidad que soportaba desde hace un lustro?.
Para mi amigo de acera: Q.E.P.D.
(1) La familia y el rol de la mujer
La mujer etrusca, al contrario de la griega o de la romana, no era marginada de la vida social, sino que participaba activamente tomando parte en los banquetes, en los juegos gimnásticos y en los bailes, y sobre todo ayudaban en las labores de la vía pública.
La mujer además tenía una posición relevante entre los aristócratas etruscos, puesto que estos últimos eran pocos y a menudo estaban involucrados en la guerra: por esto, los hombres escaseaban. Se esperaba que la mujer, en caso de muerte del marido, asumiría la tarea de asegurar la conservación de las riquezas y la continuidad de la familia. También a través de ella se transmitía la herencia
http://es.wikipedia.org/wiki/Civilizaci%C3%B3n_etrusca